Beber y dibujar

Martes, 17 de enero de 2017

Quim Vila me encargó el cartel para su prestigioso concurso de cata por parejas de Vila Viniteca y no pude negarme. Mis dos pasiones juntas: dibujar y el vino. Luego descubrí que compartimos icono. Que la nariz bien sirve para definir de un trazo lo del oficio de payaso —solo basta teñirla de la rojo—, o ponerla cerca de una copa y dejarte embriagar por un buen vino.

Tiré por ahí y salió este cartel del que estaría orgulloso (espero) mi maestro Mikel Urmeneta. El vino no debería ser un universo sofisticado, un mundo al alcance de sibaritas y finos especialistas. El vino es cotidiano, milenario y festivo. Siempre ha estado ahí y siempre seguirá presente en los mejores momentos de nuestras vidas. Dibujar el vino es casi una feliz reiteración.

Vila Viniteca

Molestias

Sábado, 5 de octubre de 2013

De la disculpa inicial solo sobrevivieron las molestias. Alguien creyó que había que arrancar parcialmente el cartel (nunca entenderé el gamberrismo) y amputó el comunicado de este comercio. ¿Y si cerró por defunción? Antes se ponía eso. Luego la gente pasaba y daba el pésame. Antes las tiendas eran «de la gente». Formaban parte de su vida, su día a día, su cotidianidad… Ahora, la mayoría de las tiendas son de Amancio Ortega.

«Fotodiario» en El Periódico

Molestias

No insistas

Jueves, 14 de marzo de 2013

¡Es que la gente es muy pesada! Tú sales de un museo y, de repente, te ataca una necesidad enorme de ir al baño. No puedes volver al museo. Has aguantado mucho rato, pero ya no puedes más. Se activan tus radares con el objetivo de encontrar un sitio cerca. Se te acaba el tiempo, una especie de alien te aprieta desde tu interior (bajo vientre, concretamente) y andas medio torcido. Hasta te cambia el carácter.

Por fin, encuentras un bar, te abalanzas sobre él pero cuando ya estás a punto de entrar en los servicios, este cartel actúa como un mazazo sobre tu sistema de contención de líquidos. No solo te acuerdas que su uso está reservado para clientes sino que, además, añade que «no insistas». Lo encontré en Cartagena e imaginé un continuo ir y venir de personas «necesitadas» y el hartazgo de su propietario. Pedí un agua (lo que me convirtió en cliente) y gocé del placer de vaciar todo lo que llevaba dentro. Ya más calmado, al salir, me di cuenta de que era el de señoras.

«Fotodiario» en El Periódico

No insista