La lección de Ramón

Miércoles, 5 de abril de 2017

Ramón González, un joven ingeniero que trabaja en la mejor universidad del mundo (MITT), nos dio una lección a todos en el programa. Una lección de humildad para empezar. Pese a su despampanante currículum, transmitió ilusión, ganas, respeto por los orígenes y por los profesionales que, como él, han tenido que marcharse de España para prosperar.

Este es un hombre que escribió un mail al programa agradeciendo que le ayudaramos a soportar la distancia con nuestro humor y pidiendo que diéramos voz a su experiencia, a su caso que es el de muchos. No podíamos negarnos. Y el premio a nuestra apuesta fue conocer a un buen chico, que habla claro pero no hiere, que está aprendiendo a toda velocidad, que valora las relaciones humanas por encima de los títulos. Harían bien las autoridades españolas escuchándole un poquito y aplicando sus conocimientos aquí. Él está por la labor.

Ramón González

Las cenas de navidad las carga el diablo

Viernes, 19 de diciembre de 2014

Soy hombre de pocos lujos. Para mí el lujo es estar tranquilo, y eso, normalmente, es más barato de lo que parece. Suelo escaparme algún viernes a un buen restaurante-pizzería de mi barrio. Un sitio barato, donde te atienden bien (conocen tu nombre aunque no salgas por la tele) y la cocina es digna y sabrosa. Ya saben que siempre pido lo mismo: unos espagueti carbonara y una cerveza. Una patada a la dieta cabrona de siempre, pero estamos hablando de lujos, ¿no? Me siento en un rincón, releo el periódico manoseado de todo el día y vuelvo a darme cuenta de que las noticias urgentes y tremendas de la mañana por la noche son una letanía de tinta con algunas manchas de aceite. Más de lo mismo. Por la noche todo es menos grave o así lo parece. Hace poco pregunté cómo andaba el negocio, vi mucho follón de gente. «Pues ya estamos con las cenas de empresa de Navidad. Lo que pasa es que desde hace tiempo las cenas se las paga la gente, los trabajadores». No deja de ser curioso que la gente no quiera descabalgar de ese rito laico y lúdico que son las cenas de empresa. «Yo creo que se lo han tomado como algo personal. Si tienen que pagárselo ellos, pues se lo pagan». Así está el panorama. Cuando yo empecé a trabajar, en los ochenta, la Navidad se notaba en las empresas por la cantidad monstruosa e impúdica de regalos que se amontonaban en las oficinas. Una barbaridad. Recuerdo al conserje construyendo una pirámide en el hall de las oficinas. «Esto es para el director». Con el paso de los años y la llegada de las penurias, la pirámide cada vez era más pequeña. El conserje se fue a su casa con una jubilación anticipada, si es que tuvo suerte. Luego, los regalos  se redujeron a algún que otro mensajero y un paquete pequeñito. Alguna agenda, alguna botella de vino, cuatro cosas… Ahora, ya ni eso. En el entorno empresarial ya no se regala nada, así de asfixiados vamos todos. «El regalo es tener un trabajo», se escucha de vez en cuando, y eso suena como una derrota, un resignarse, un «pues vaya una mierda». Yo creo que se va a hablar de todo eso en las cenas de empresa. Se beberán muchos gin-tonics repletos de variadas hortalizas, se tonteará entre compañeros (se olvidará al alba), se pondrá a los jefes a caer de un burro y, después de la resaca, algo parecido al alivio se percibirá en la cara de los trabajadores. Menos da una piedra.

Un buen chiste
Anuncio de la lotería. El apesadumbrado hombre de moda entra en el café. Le rodea la fiesta de los agraciados. Pide la cuenta y el sonriente camarero le dice que son 21 euros. «¿Veintiún euros? No me digas que me has comprado el décimo…» «¿Qué décimo? Esto es un Starbucks».

Yo aviso: Marte ha entrado en mi signo
¡Atención! Esto es lo que leí hace pocos días sobre mi signo, Acuario, en un periódico respetable: «Marte en Acuario, después de dos años de ausencia, inicia un periodo de renovación energética. Es el momento de emprender cambios». ¡Toma ya! No sé muy bien qué significa, pero suena bien. Suena a que van a pasar cosas, y eso me encanta. No especifica qué tipo de cosas, ni cuántas, ni en qué cantidad, pero no importa porque van a pasar. Yo, si eso, ya iré viendo. «Renovación energética». Eso debe ser muy bueno también. He renovado mi energía como los millonarios renuevan su sangre en clínicas selectas. Me gusta imaginarme como Iron Man con una luz en el pecho apartando de mi camino a los pesados, los tristes profesionales y los agoreros, lanzando un gran chorro de luz blanca. ¡Fuera, tengo energía! «Cambios». Eso depende, claro, pero pensemos que son cambios a mejor. Para eso están los horóscopos, ¿no? Para cogerlos por la parte buena y creerte, cuando tomas el café de la mañana, que una gran batalla cósmica que se libra en el universo conocido va a determinar tu vida. Mmm… vale. No puedo tener más que palabras de agradecimiento a Marte, al que no conozco personalmente, por el baldeo que le va a pegar a Acuario y del cual me voy a beneficiar. ¡Gracias, Marte! Y todo gratis, ojo. De momento, esa transformación imparable ha empezado con un resfriado que arrastro desde hace tres semanas y que me ha dejado hecho un guiñapo. No me preocupa. Ahora sé que forma parte de un gran plan, de mi relanzamiento. Soy como una serpiente que está mudando su piel y eso me hará invencible. Voy a tomarme un Frenadol para celebrarlo. ¡ A su salud!

«Memorias en diferido» en Interviú

Crisis de ansiedad

Miércoles, 22 de enero de 2014

Hace mucho tiempo que me considero un fan declarado del dibujante Juanjo Sáez. ¿Le conocen? Si la respuesta es negativa (no estamos obligados a saberlo todo), ahora tienen una ocasión inmejorable. Acaba de publicar «Crisis (de ansiedad)» (Reservoir Books) y es una maravilla que les va a atrapar desde la primera página. Es uno de los libros más honestos y verdaderos que he tenido la ocasión de leer últimamente. Si ya están hastiados de la crisis, si ya se han perdido leyendo artículos, escuchando valoraciones interesadas y pronósticos sospechosos, pongan el pie en el suelo y paren. Stop. Busquemos otra voz. Ahí entra en juego «Crisis (de ansiedad)». Una crónica (una terapia para el autor, sin duda) con la maldita crisis como telón de fondo de esta patética época que nos ha tocado vivir. Digo que es verdadero porque, en realidad, todo el mundo cuando escribe o dibuja, cuando publica, esconde aunque sea solo un poco sus intimidades, lo que piensa de verdad. Todos lo hacemos, quizá sea una manera de protegernos, pero hay muchos motivos más. A veces no consideramos importantes nuestros pensamientos (yo lo incumplo cada semana aquí) o sencillamente nos da vergüenza.

Pocos se desnudan totalmente sin importarles las consecuencias. Juanjo lo ha hecho y el resultado es que cuando tienes «Crisis (de ansiedad)» en tus manos, se diría que el propio Juanjo está delante de ti, en un bar, con una cerveza, abriendo su corazón y mirándote a los ojos. El libro es una recopilación de viñetas brillantes y directas, pero lo más emocionante para mí son los textos que el propio autor ha escrito a mano, con sus vacilaciones y sus correcciones. En ellos flota la rabia en el ambiente, flota el miedo, que es de las primeras palabras que aparecen. ¿Por qué? Bueno, mejor será comprarlo. A ver si este artículo nacido desde la admiración va a ser un spoiler en toda regla. No creo que esté el sector (ningún sector) como para ser torpedeado.

La historia que ha vivido Juanjo es, lamentablemente, la de muchos españoles. Una familia modesta se ve arrastrada por las adversidades, la mayoría de ellas injustas, de esta época de mierda. Una familia que, naturalmente, no ha tenido nada que ver con la podredumbre del capitalismo y sus derivadas. Una familia que ha ido siempre a lo suyo, sin meterse en líos, pero que se ve envuelta en la descomposición colectiva. ¿Les suena? Sobrecogedora la historia de su padre. Un hombre trabajador, vilipendiado por sus jefes, tras una vida entera entregada a su profesión. Este episodio se nota que es el que más ha arañado el alma del autor y no escatima ningún sentimiento para definir todo lo que siente, señalar a los que amargaron a un hombre bueno y por extensión al propio Juanjo.

No sé, a mí me ha impresionado. Volví del programa muy tarde y lo devoré. Cada página era una bofetada, me iba estremeciendo y decidí que le invitaría a la televisión para que lo contara. Son esos momentos en los que me gusta tener un programa, un altavoz. No sé la audiencia que tendrá y, sinceramente, creo que en esta ocasión no importa. Mientras leía, la tele seguía encendida y aparecía Mariano Rajoy contando que estaba haciendo los deberes en España para salir de la recesión. Y entendí el elevado e injusto precio que pagan los ciudadanos y que, por suerte, Juanjo Sáez puede contarlo alto y claro. Que se lo manden a Obama, traducido.

«El Berenjenal» en Interviú.

Optimistas a pesar de todo

Domingo, 12 de enero de 2014

Alguien que sepa del tema, alguien preparado y con estudios superiores, debería analizar seriamente el tema del optimismo. Esa energía mental y vital que nos hace esperar lo mejor a pesar de estar «en lo peor» tras comprobarlo día a día, noticia a noticia. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo podemos esperar una mejoría, cuando los que deberían allanar el terreno, solucionar las cosas, se empeñan patológicamente en hacerlo cada vez más impracticable? ¿Cómo puedes ser optimista, viendo la que ha liado Gallardón con una ley del aborto de los años setenta? Pues, por increíble que parezca, somos optimistas. Yo mismo mandé un guasap para fin de año con una flecha señalando hacia arriba y una frase: «Este año, sí». Vale, llevaba una buena dosis de sorna, pero en lo más profundo de mis deseos, una pequeña luz me empujaba a desear que las cosas fueran bien. Quería compartir ese sentimiento, muchos lo hicieron. ¿Desear cosas buenas es de optimistas o más bien un reflejo de supervivencia? Otra pregunta para el estudioso del tema. Me viene otra sentencia a la cabeza: el optimista es un pesimista mal informado. ¡No! Hoy me niego a entrar en ese juego. La gente no se informa tanto como creemos los que trabajamos en este gremio. Este frenesí que nos sacude a los de los medios (y que ahora ha enloquecido con las redes sociales), no afecta tanto a la población en general. La gente tiene muchas cosas que hacer, no compra demasiada prensa y lleva otro ritmo informativo. No es que sea bueno o sea malo, es que es así. Por lo tanto, las noticias les llegan más reposadas, no tan afiladas (salvo alguna excepción) y las someten a esa otra energía llamada «sabiduría popular». Lo importante quedará, lo superficial se disolverá. Por mucho que se empeñen esos tertulianos incendiarios o esos periódicos obsesionados en explicar las cosas como les gustaría que fueran y no como son realmente. La gente, con sus vidas a cuestas y el tiempo y el esfuerzo que eso conlleva, quiere saber cómo evoluciona Schumacher, por ejemplo, y no entiende ni tiene ganas o tiempos de analizar lo del Canal de Panamá y la empresa Sacyr, que ahora dice que todo vale mucho dinero. Vaya novedad, por cierto. Cualquiera que haya hecho obras en casa sabrá que el presupuesto inicial es tan solo una broma respecto a la factura final.

Pero a pesar de todo, la gente es optimista, la gente es buena, la gente quiere que las cosas vayan bien. El Gobierno lo sabe y saca pecho con las cifras del paro, filtrándolas unas horas antes (a pesar de que lo nieguen), para conseguir el efecto de zanahoria gigante atada a un palo y ponerla delante de todos los españoles. Bueno, vale. Mejor esto que una patada en los huevos, que decían en mi pueblo los optimistas de antaño. Baja el paro. Muchos se alegraron y es justo reconocer la buena voluntad de esa alegría. Menos parados: ¡Bien! En ese momento no te acuerdas de que el Estado de bienestar se está erosionando a marchas forzadas. No caes en que la sanidad pública está bajo mínimos (ojalá no la necesites) o en que los bancos, después de recibir una increíble inyección de dinero, siguen despidiendo y cortando el grifo del crédito. Por poner solos dos ejemplos. No, no. No te acuerdas de eso. Solo ves lo bueno de que disminuya esa lacra del paro. Me viene a la cabeza mi amigo Leopoldo Abadía, que siempre dice: «Yo hablaré del final de la crisis, de buenos augurios, el día que empiece a bajar de verdad el paro». Hoy deber ser uno más de los optimistas. Optimistas, a pesar de todo.

«El Berenjenal» en Interviú.

Vamos bien

Jueves, 19 de diciembre de 2013

Algunas empresas utilizan indicadores económicos para determinar su «salud». Balances, facturaciones y todo eso. Siempre he creído que El Terrat, la nuestra, es otra cosa. Nos ha dado cobijo desde 1989 y ahora, como toda empresa de vecino, lucha por tirar adelante en las agitadas y frías aguas de la realidad. Hay pasión, hay orgullo, hay dignidad, hay talento y hay alegría y gamberrismo. Esto último es lo más importante. Nuestro oficio. Cuando el otro día vi una muñeca hinchable en el despacho, pensé: «Vamos bien».

«Fotodiario» en El Periódico

Vamos bien

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