¡Quién fuera paleolítico!

Lunes, 16 de marzo de 2015

Nuestros primos lejanos del Paleolítico, por lo que parece, eran lo más. Gente fuerte, noble, que iba de cara, en constante movimiento, más sanos que todas las cosas. Un primor de Homos en todas sus acepciones, ramas y categorías. Por lo visto, el Neandertal era lo máximo. Una pena que se extinguiesen. De lo contrario, ahora serían la élite de los homínidos, o quizás la casta, como gusta etiquetar recientemente. Ahora se habla mucho de la paleodieta. ¿Les suena? Vendría a ser algo así como intentar emular la alimentación de aquellos seres para conseguir una pureza, una salud de tales proporciones que hasta tu propio cuerpo se asusta de lo bien que estás. Todo energía. Conocía el tema, pero esta semana leí una entrevista con un especialista en la materia que, además, habla ya de «paleovida». Y «paleodeporte». Se trata de levantar troncos y piedras, de reptar y moverse como se supone que hacían nuestros ancestros. Todo muy básico, muy orgánico. No era vasco, aclaro. Ah, y todo eso hay que hacerlo en ayunas, sin la «recompensa» de la comida «que luego sienta de maravilla», aclaraba. Según dice el muchacho (recuerdo que era calvo), los resultados son espectaculares. Si se combina ese ejercicio con la mencionada dieta (nada de cereales, azúcares, bebidas gaseosas, grasas…), puede que incluso llegues a levitar de bienestar. A ver, reconozco que me cuido bastante, pero no sé si todo esto se nos está escapando un poco de las manos. Quiero decir que hemos pasado de cero a cien en pocos años. Hasta hace poco, este era un país de barrigones, cerveza, tapita, mucho tabaco y copiosas comilonas. Todo sin prisa, abusando, haciendo alarde de ello y hasta elevándolo a categoría de arte popular. Hemos pasado de aquellos excesos a un subidón actual, cada vez más masivo, de culto al cuerpo. La gente no para de correr, de montar en bici, de apuntarse a triatlones, a pruebas extremas, a maratones… Gente con la que ya no puedes quedar tranquilamente porque está «entrenando» como si de profesionales se tratara. Y cuando quedas para comer, cuentan las calorías, calculan, equilibran o se reservan. ¡Así no hay quien se coma un arroz, hombre! Hablo de personas mayores con cuerpos de jóvenes y caras de personas mayores, con mallas apretadas, zapatillas carísimas y los más variados y sofisticados complementos. Runners. Guerreros del futuro contra el sobrepeso. Atletas de mirada perdida, trepando por cuestas o perdiéndose por los campos y montañas con relojes GPS. Que hasta los animales piensan: «¿Pero qué les está pasando? ¿Están desalojando las ciudades? Quiero pastar tranquilo».

No parece que sea una moda; más bien, una nueva manera de vivir, de intentar no morir nunca. Cosa bastante absurda, por cierto, porque ya sabemos cómo acaba la película, ¿no? Quizá sea un acto reflejo ante la perspectiva de que, a este paso, no nos jubilamos hasta los ochenta, y como tengas que confiar en la Seguridad Social… Que la ultravejez nos coja atléticos.
Yo hago dieta, sí. Lo confieso. La hago porque tengo que verme cada noche en un plató y las cámaras son muy injustas con los rechonchos como yo. ¿Creen que la hago a gusto? Pues no. Ni mucho menos. Es como si una información grabada a fuego en mi ADN me recordara continuamente todo lo que me estoy perdiendo. Frustración continua. ¡Me gusta comer, comer mucho y muy sabroso! Lucho contra ello en cada hora del día. Mis pasos me empujan a las pastelerías, a las pizzerías, a los asadores, a las arrocerías. Pero mi cabeza manda una orden (con la que no estoy de acuerdo) y entonces rehúyo esos templos del sabor y me dirijo incomprensiblemente a un bar y pido un agua y un café. Y ya está. Así hasta el próximo envite de gula, que sofoco como puedo a base de carne a la plancha, pescados y verduras. Como si estuviera enfermo. ¿Paleodieta? Sí, pero con todas las consecuencias. Yo la hago si puedo vestir pieles, vivir semidesnudo, no trabajar, dormir y fornicar sin criterio, gritar y hacer mis necesidades por doquier. O todo, o nada. Como eso no puede ser, seguiré siendo un goloso reprimido. Un hombrecito con sobrepeso del siglo XXI. Un atribulado Homo sapiens convencido de que ha evolucionado cuando, por lo visto, se trata de todo lo contrario.

«Memorias en diferido» en Interviú

Pau

Miércoles, 28 de mayo de 2014

Pau Gasol es un invitado que dignifica los programas donde va. Tenemos el honor de ser uno de esos. Vino cuando empezaba y cuando triunfó. Ha vuelto a visitarnos y hemos comprobado que sigue igual, mejor diría yo. Un gran deportista que lleva la leyenda con normalidad, con discreción, con profesionalidad… Fue un verdadero placer compartir unos minutos con él. Le deseamos lo mejor.

La pareja del siglo

Martes, 21 de agosto de 2012

Iker es uno de los mejores porteros de la historia. Un buen chaval con la cabeza amueblada que, a pesar de ser entrenado por Mourinho, sabe pedir respeto para sus rivales. Ella es una muchacha de mirada fría y una voz más bien grave, un poco aséptica.

Él sigue ganando como si nada, ella está en el medio de un huracán. Pero es que encima son novios y entonces el periodismo (o lo que queda de él) empieza a rechinar y ella se pone una camiseta de la selección para informar (?) y de los nervios se le escapan algunos errores y los españoles (siempre con la chanza a punto) abren la caja de las bromas. Todo muy lógico y muy raro al mismo tiempo. Hasta cuando ganamos títulos somos diferentes.

«Fotodiario» en El Periódico

Iker y Sara

Como Barcelona 92, nada

Jueves, 2 de agosto de 2012

Soy así de tajante, qué quieren que les diga. Estos días, con motivo del arranque de los Juegos de Londres y la conmemoración de los veinte años de Barcelona, la nostalgia se ha cebado en mí con su dulce latigazo. Por decirlo de una manera rápida: es la mejor experiencia que he vivido en mi vida, a todos los niveles. Y creo que hablo en nombre de miles, de millones de personas. Fue un tiempo en el que fuimos felices, capaces de afrontar el mayor reto de nuestra historia moderna, fuimos anfitriones generosos, emprendedores sin límites, estábamos unidos ante un objetivo común, subimos veinte peldaños en la escalera que lleva a la modernidad y todo eso… Lo vio el mundo entero. No me digan que fue un sueño, porque no lo fue. Fue una realidad magnífica, brillante, de colores, de alegría y de profesionalidad.

Estos días me pregunto cómo hemos podido llegar a estos lodos desde aquellos campos en flor. Cómo hemos dejado que oscureciera y se empañara aquel espíritu olímpico. No era un eslogan, ¡era de verdad y lo protagonizábamos nosotros! No tengo la respuesta porque las sociedades son demasiado complicadas como para entender sus transformaciones y deformaciones. Solo he pensado una cosa: dicen que el éxito de Barcelona 92 fue mérito de la gente. La misma gente que ahora (y se nota) está empujando con su inconformismo y su indignación el cambio lento pero implacable de un mundo enfermo, de un capitalismo que se muere. La gente, nosotros, somos los únicos capaces de provocar milagros. Y lo vamos a volver a hacer. Quizá la llama olímpica no esté apagada. Estos días quiero confiar en eso.

«El Berenjenal» en Interviú.

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