El efecto Dani Rovira

Miércoles, 4 de febrero de 2015

Vino, por fin, Dani Rovira al programa. Es un cómico en estado de gracia y eso es terriblemente positivo y hay que disfrutarlo. El gigantesco éxito de «Ocho apellidos vascos» le aupó a un cielo del que todavía no ha bajado. Y no parece que vaya a hacerlo pronto. Todo el mundo quiere a Rovira, todos se ríen con él, es un velero en un mar en calma, con el viento a favor y en un día soleado de verano. Todo es positivo, todo parece fácil en su caso, y ahí está una de sus principales características: sencillez y disfrute, mucho disfrute. Resulta muy reconfortante y muy justo que todo esto le suceda a alguien que viene de abajo, de los clubes, de los bares, de picar piedra y sudar cada risa. Alguien que no esperaba nada más que trabajar en lo que le gusta e ir viéndolas venir. ¡Esa es la actitud! El destino le va premiando y al mismo tiempo le va otorgando oportunidades. Cada una pone a prueba tu madurez, tu oficio. La próxima: los Goya. Me asegura que está tranquilo, coincidimos en que son «los otros» los que te ponen nervioso, y yo -porque cada vez me gusta menos dar consejos- solamente le digo que se proteja hasta donde pueda. Que mime celosamente esa parcela de placer y de tranquilidad que representan los Goya. Los nervios que los gestionen los demás. No se puede hacer comedia nervioso, ni preocupado. Bueno, sí se puede, pero se acaba notando. Los Goya son un avispero, un terremoto más o menos controlado (a veces te sientes en el epicentro), una tormenta de egos y expectativas, una fiesta de la que están pendientes millones de personas, un evento con un montón de gente tensa en la platea: «¿Me darán el premio o no? ¿Y, si me lo dan, qué digo?». Si puedes abstraerte de todo eso (que no es fácil) y te conviertes en presentador/espectador, las cosas fluyen. Y luego, a esperar esa magia que supone conectar con el público, surfear las risas, mecerse en la energía positiva que se va generando. Al acabar, te sientes como si un tren te hubiera pasado por encima sin matarte. Estás hecho polvo, pero contento. Algo así. Le deseo toda la suerte a Dani porque hay que alegrarse de los éxitos de los compañeros.

Esperanza Aguirre: broncas a domicilio
Esperanza se supera día a día. Es incombustible, alguien que se resiste a pasar a la historia y que usa, para ello, toda su influencia y rancio abolengo. Es un poco cansina también, como consecuencia. La bronca que le pegó a Susanna Griso en Antena 3 es para enmarcarse en el olimpo de la prepotencia y el despropósito televisivo. Después de las elecciones griegas (otra pesadilla para la derecha, que además les coincidió con su convención-fiesta-congreso), Esperanza se quejó del «apoyo» de la cadena a la causa helénica. La rabia le salió de dentro y lo dijo sin rubor alguno, sin respeto a los profesionales. «Si ustedes hacen eso, ¿qué estarán haciendo en laSexta?». Y más perlas: «Conozco a José Manuel Lara». Muy típico de los señoritos: conozco a vuestro jefe, tengo poder y no me gusta lo que hacéis. Y lo puedo decir porque no me pasa nada. Al contrario: meto presión y a ver qué pasa.
A Esperanza no le gusta que se hable de Grecia ni de Podemos porque no le interesa, claro. Le trae al pairo el oficio periodístico, la libertad editorial y todas esas cosas «de izquierdas» que desestabilizan el putrefacto oasis neocon. A la derecha no le gusta el guion de los acontecimientos, y en lugar de convencernos con hechos de que otras políticas, otros caminos sensatos son posibles, le da por quejarse, demonizar y culpar a los que piensan diferente. Naturalmente, es la opción equivocada. Y eso no lo salva ni la delirante campaña de Mariano puerta a puerta. A los humoristas nos ha salido una clara competencia. En el nuevo vídeo humorístico del PP, el presidente no pega la bronca, sino que viene a «darnos las gracias». Lo mejor son las caras de los sorprendidos (ninguno habla) ante la visita inesperada. Caras de nada, medias sonrisas, susto/sorpresa. Gente como ausente que no da crédito, como los bancos.

A todo eso, sumen al malo oficial del país, que se llama Luis Bárcenas. Muy buenas, por cierto, las fotos que publicó Interviú en las que se le ve entrenándose, ¡sin gomina!, sudando. Me recordó a Robert de Niro en «El cabo del miedo». «¡Saaaaal, Marianoooo! Enséñame la coliiiiita». Vaya añito nos espera.

«Memorias en diferido» en Interviú

La vida te da sorpresas

Domingo, 9 de marzo de 2014

La vida misma, sin sorpresas, sería de lo más rutinaria y previsible. De la misma manera, cuando las sorpresas son desagradables, nos entra una especie de desazón, una rabia y hasta una impotencia. Así pues, ¿cómo quedamos? Imposible llegar a un acuerdo. No olvidemos que somos humanos, que cada uno es de su padre y de su madre y que la percepción de las cosas es algo muy personal. Algunos vivirán las sorpresas como giros agradecidos del destino. A otros (más bien cenizos o directamente gente poco interesante) cualquier cosa que se sale de la norma les obliga a replanteártelo todo, a dudar e incluso… ¡a pensar! ¡Y eso sí que no! Hay gente que no quiere pensar demasiado, que ya viene pensada de serie (o eso creen ellos). Gente que tiene la porosidad del acero inoxidable.

Conozco a un tipo que sostiene que, a sus treinta y pico años, ya tiene todos los amigos que necesita. No desea más. Tampoco está interesado en nuevas creencias (lo matricularon como católico aunque no va a misa ni practica), ni en nuevos hobbies, ni en las tecnologías actuales (abomina de las redes). Dice que le da pereza todo lo nuevo y que ya tiene suficiente trabajo digiriendo lo que sabe. No es mal tipo, pero podría ser que hubiera muerto en vida y todavía no nos hemos enterado. Ha adoptado el escepticismo rancio e inmovilista como bandera, es un auténtico frontón con patas y ahí está el tío, «viéndolas venir», según sus palabras. Me pregunto si este hombre/zombi del que les hablo vio la 'Operación Palace' de Jordi Évole en laSexta. Un fantástico ejercicio de ficción sobre un episodio fundamental de nuestra historia. Juraría que lo vio y que no le gustó. En realidad no le gustó que le engañaran, que le sorprendieran con una pieza que exigía concentración hasta el final y una amplitud de miras, digamos mediana. Jordi apostó por la sorpresa, por saltarse la norma y abandonar el territorio más cómodo para él y para todos. Y yo me pregunto: ¿cómo puedes estar en contra de alguien así? Alguien que arriesga, que mueve los límites mentales, con lo sano que es eso y apela a nuestra inteligencia. ¿Qué hizo mal? Hay una corriente que opina que perdió credibilidad como periodista. ¡Vamos, hombre! Tenemos a periodistas haciendo anuncios de bancos y de caldos de gallina como si tal cosa. Tenemos a periodistas que no hacen una entrevista interesante desde hace veintidós años. Otros que escriben o hablan al dictado de su grupo editorial (el paro es un monstruo que está ahí). Con todo ese panorama, ahora vamos a discutir si uno de los mejores, por un momentáneo cambio de formato y de registro, ha dejado de ser creíble. La duda ofende.

Según mi modesta opinión, el mundo del espectáculo, del entretenimiento, está basado en la sorpresa. La considero una pieza fundamental del ADN creativo. Aunque no lo sepamos, estamos esperando que nos sorprendan porque eso subvierte el orden y la lógica y a partir de ese momento, las cosas son interesantes, únicas, especiales, creativas y en algún caso hasta geniales. Jordi dejó claro que, por una vez, iba a hacer espectáculo. Un espectáculo que echaba sus raíces en la información de un episodio histórico ya superado, vale, pero espectáculo a fin de cuentas. Y lo hizo muy bien. Como siempre.

«El Berenjenal» en Interviú.

Sentirse querido

Jueves, 28 de noviembre de 2013

Déjate de tonterías. Lo único que buscamos, lo único que queremos de verdad es sentirnos queridos. No hay lujo, ni regalo, ni nada que se equipare a ese sentimiento, a esa sensación. Lo material se desvanece, caduca, te lo quitan, te lo regatean, se desvaloriza en menos que canta un gallo. Lo material es como un coche que a la que sale del concesionario ya ha perdido valor. Nada. Fuera. Quizás te puedas dar un capricho, una cena, un pequeño viaje… Eso, quien pueda. Pero si estás una época en la que, por lo que sea, no puedes permitírtelo, pues no pasa nada. ¡Qué va a pasar!

Si tengo dudas sobre eso, se lo pregunto a mi madre. Una mujer de la posguerra que creció en la necesidad, en la carestía. Y aquí está la mujer, en ésta época digital sin entender la mayoría de las cosas y tan solo pidiendo y dando CARIÑO. Así, en mayúsculas. Todos lo buscamos, aunque nos cueste reconocerlo porque el mundo actual se ha puesto arisco y comercialmente individual y competitivo. «No cuento cómo me siento no vaya a parecer vulnerable y me quede en la cuneta». ¡Chorradas! Hoy voy a explicar cómo me siento y cómo el cariño que he detectado en los últimos días me ha masajeado el alma.

La semana pasada estrenamos nuestro nuevo programa de televisión. No dejo de repetirme que se trata solo de un programa, de un trabajo, pero es como si la realidad, lo que pasa alrededor, se empeñara en cuestionarme eso. Es más que un programa. Es un estado de ánimo, un reto, un puente audiovisual hacia la gente que nos sigue, gente cómplice, gente que quiere que nos vaya bien. Ahí está el foco del cariño. Otro más y ¡bendito sea! Debo decir que ya venía sintiendo eso desde hace años y que estoy absolutamente convencido de que es lo mejor de mi profesión. Será lo que recordaré. «Te admiro», me decía alguien. «No lo hagas», le contesté. «Quítale las dos primeras letras. Mírame. Y se puede ser, quiéreme. Encapríchate, siéntete cómplice porque yo me siento así con vosotros». No sé si quedé demasiado poético o sonó a falsa modestia. De todo hay un poco también. Somos un montón de cosas, pero sobre todo somos emocionales y esa es la gasolina, el ADN verdadero. Estar triste es una mierda porque lo anula todo. Estar contento, sentirse querido es lo mejor porque lo ilumina todo. Y yo quiero vivir ahí. ¿Quién no? Querido y respetado. Ya pueden caer chuzos de punta (que caen), pero si hay cariño, hay camino.

Un mensaje sincero de Whatsapp, un taxista que pasa y levanta el pulgar al verte, un discreto «gracias» en la cola del pan, un «te vi anoche» por lo bajini de una mujer mayor al cruzar un paso de cebra. El cariño es líquido y se cuela por todas partes. Y tú lo vas acumulando, lo pones en tú reserva y te viene muy bien ese miércoles (por ejemplo) a las doce de la noche en un frío polígono industrial de las afueras. Ahí nos juntamos para fabricar la comedia.

El otro día, antes de empezar, el escritor y guionista Albert Espinosa nos regaló a Berto y a mí una ficha de casino a cada uno. «Os va a traer suerte». Nos contó una historia preciosa de sus años de hospital, de cómo un hombre le regaló cientos de fichas de casinos de todo el mundo para que él las regalara, para que repartiera suerte. O sea: el cariño se transmite, es la energía. Nunca se destruye, solo se transforma.

«El Berenjenal» en Interviú.

En el aire

Lunes, 18 de noviembre de 2013

Esta noche empieza el programa. «EN EL AIRE» se llama. No recuerdo haber hecho tanta promoción en toda mi carrera. Si todos los que dicen que lo van a ver cumplen, podremos estar más que satisfechos. Porque la tele la haces para que la vean. Bueno, primero la haces (al menos en mi caso) porque me lo paso muy bien, me completa, me divierte, me reúne con mis amigos y un montón de cosas más. Luego viene lo demás. Lo de conseguir que mucha gente se arremoline ante la tele a esas horas golfas, para que el sueño siga y siga. Eso es lo que deseamos en estos momentos, cuando el reloj del plató ha empezado una vertiginosa cuenta atrás. Volvemos. Empieza el baile otra vez, chicos.

En el aire

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