Hay gente que comunica y gente que no

Viernes, 29 de mayo de 2015

Sí, parece una perogrullada, pero es así. Me invitan a dar una charla sobre comunicación en una escuela de negocios en Zaragoza y ya, de paso, ordeno un poco mis pensamientos sobre el tema, que buena falta les hace. En casa del herrero… Esto debe de sucederles a muchos profesionales. Te pasas media vida con lo tuyo tirando de experiencia y de intuición, pero tienes la sensación de que lo haces sin método. Entonces, cuando te preguntan: «¿Cómo lo haces?», te entra un sudor frío. Bueno, pues al lío: COMUNICACIÓN. Así, en mayúsculas. Un concepto grande, que impone e intimida. «Demasiado genérico», les digo. Porque, si lo piensas, lo de comunicar es como andar, como comer, como hacer el amor. Un infinitivo cargadísimo de variables, de estilos, de significados. ¿Comunicar con tu pareja o con un trabajador de tu empresa? ¿En qué circunstancias? ¿Comunicar con tus espectadores o con tus votantes? Con unos está en juego un buen rato, con otros su porvenir. ¡No me digan que no es genérico!

Hablé mucho en esa charla de Zaragoza (yo creo que demasiado), pero se trataba de eso. Les explico de dónde vengo, cómo me atrapó este oficio con 17 años, de qué manera me he metido en sus entrañas, disfrutándolo y aprendiendo cada día, cada noche. Y no es un tópico. Cada noche, cada programa, desde hace veinte años, percibo que he avanzado en algo por poco que sea o, por el contrario, que me he equivocado, que podría haber mejorado esto o aquello. El aprendizaje es infinito y ahí está su grandeza. Hay que estar atentos para que no se convierta en infelicidad, que sería el lado oscuro de los insatisfechos. Aprender es mágico, te mantiene joven. Ser infeliz te envejece. ¡Ojo ahí! Porque siempre, siempre, el camino de la mejoría debe estar marcado por el disfrute, por el juego. Si no, es que no lo has entendido.

Llegamos a la conclusión (espero) de que hay algo que debería ser común en todas las disciplinas de la comunicación, por variadas que sean: la honestidad. Y eso vale para todo en la vida. Honestidad y sencillez en el mensaje, en las formas, en el fondo. Con unos toques de humildad. Pero humildad de verdad, de la que no se finge sino que sencillamente es una expresión de nuestra manera de ser. Estos son tiempos en los que la impostura, lo falso, lo interesado, se detecta a varios kilómetros de distancia. «La gente no es tonta», les decía a aquellos directivos de empresas. «Estamos ante la generación más formada de la historia y con el acceso a la tecnología más avanzada que jamás haya existido. Todo a un clic de distancia. No hay que olvidar nunca esto». Puse algunos ejemplos de campañas publicitarias que parecen estar pensadas para tontos.

Creo que hay encarar lo de comunicar con normalidad, explicando tus flaquezas si es el caso, empatizando con el que tienes delante, siendo lo más transparente posible y enfatizando lo que de verdad te crees y quieres contar. Y siempre poniéndole pasión, emoción, ganas, humor… Si no estás bien, quédate en tu casa, no delante de un público. Si todo eso goza de una cierta armonía, de un ritmo, si se convierte en una narración interesante y no en un rollo patatero, ya tienes algo ganado. Pero no todo. Luego está la magia, el corazón de la comunicación. El duende, el alma…, bueno, ya me entienden. Algo inconcreto que provoca más atención, que seduce, que engancha. ¿Cómo se consigue? No lo sé. Pienso que en parte es algo genético. Lo tienes o no lo tienes. Puedes trabajarlo, debes hacerlo, pero siempre desde un don, dicho sea sin poesía.

Puse un ejemplo reciente de alguien que va sobrado de esa magia. Se llama Michael Robinson. Vino hace días al programa y volvimos a confirmarlo. Lo presenté como «alguien que cuando habla, te lo escuchas». Otras manera de definir la buena comunicación. Sí, le escuchas. Cómo lo dice, cómo sonríe, cómo subraya. No importa que haya hecho de su acento inglés una marca personal. Eso es anecdótico. Por mucho acento, si lo que dijera y como lo hace no interesara, sería uno más. Y Robinson no es uno más. Cabe recordar que este señor habla desde el trillado y previsible mundo del fútbol, donde los tópicos a mansalva son un verdadero campo de minas que destruyen la originalidad. Pero ni por esas. Michael los esquiva, los salva, te gana. Un tipo con el que te gustaría ir al fútbol y tomar una caña mientras te ríes y aprendes al mismo tiempo. Un buen comunicador.

«Memorias en diferido» en Interviú

Los contrasentidos

Jueves, 16 de agosto de 2012

Parece el nombre de un grupo de los ochenta. Un grupo gallego, por ejemplo. Un contrasentido es algo que rechina en nuestra capacidad de comprensión, algo que molesta, que incomoda. Como unos zapatos un par de tallas más pequeños. Contrasentido es no renovar a Ana Pastor con la excusa de crear un nuevo equipo a su medida, como le ha dicho el nuevo director de Informativos de TVE. ¿A su medida o a la del partido gobernante? Contrasentido y contraperiodismo. Contrasentido, como decía alguien en Twitter, es que llegue antes una nave a Marte que un avión al aeropuerto de Castellón. Genial, la observación.

Contrasentido es que suban las temperaturas hasta cotas infernales los únicos días del año en los que se nos disculpa desconectar de todo, tratar de olvidar. Claro que, en el último caso, se trata de la naturaleza, del clima, algo que no podemos gobernar. Solo lo podemos perjudicar. Al calentamiento global hay que añadir ahora el calentamiento de la gente, que está a la que salta. Lo ves en las caras, en las conversaciones, en los gestos… El otro día, un trabajador de un establecimiento de alquiler de coches le dijo a una amiga que pedía explicaciones por un aumento de la factura: «Lo que te pasa es que estás malfollada». Eso, más que un contrasentido, era un imbécil, un maleducado, ese tipo de personas que lo hacen todo peor y más difícil. Feliz verano.

«El Berenjenal» en Interviú.

Los medios de comunicación públicos

Martes, 17 de julio de 2012

Se veía venir: cambio de gobierno, «limpieza general en los medios públicos». Da igual que lo estén haciendo bien, sencillamente no lo hacen «como le gusta» al gobierno de turno. Ponle, ahora, el nombre del Partido Popular en la escoba. Antes fueron los socialistas y antes otra vez los populares. Definitivamente podemos asegurar que los gobiernos no entienden y no quieren entender la función de los medios públicos que, ¡ojo! financiamos entre todos.

Es desesperante y de una miopía e ineficacia que clama al cielo. Nos van a poner como ejemplo en el mundo de como NO hay que hacer las cosas. Es no saber nada de comunicación, ni de periodismo. No saber, ni querer saberlo. Los gobiernos solo ven a sus medios públicos como aparatos propagandísticos enmascarados de servicio público o, por lo contrario, monstruos imaginarios que perjudican al país. Como si la gente fuera tonta, ¿sabes? Céntrate en la honestidad de tu gestión y deja a los demás que hagan su trabajo. Ven fantasmas donde no los hay, desprecian a sus profesionales ignorando su trabajo por luchar en un escenario depravado de medios comerciales. Profesionales que se esfuerzan día a día por conseguir fiabilidad, audiencia y un prestigio. No importa. A la calle y que pase el siguiente. Y cuando cambie el partido en el poder, otra vez a la calle. Y, para hacerlo más complicado, consejos de administración con representación política, mini parlamentos inoperativos, comisarios más que dirigentes, todo hay que pactarlo, todo hay que supervisarlo. Los medios públicos son continuos avisperos donde, por cierto, no hay manera de que la industria audiovisual española pueda hacer algo con regularidad. Entras y te llueven hostias por todos lados, como si nosotros fuéramos el problema.

Hay más: está el faraónico desaguisado de la televisión valenciana que han gestionado todo lo mal que han sabido en todos los aspectos. Una vergüenza. Y, ahora, de un plumazo, todos a la calle. Más descaro imposible. En lugar de haber hecho un plan de viabilidad hace muchos años y mirar de encauzar la situación han dejado que se pudra. Lo que viene será peor. Lo dije hace muchos años: Canal 9 no representa el espíritu, el pensamiento, la creatividad de los valencianos y no es por culpa de los que trabajan en ella. Se enfadaron los directivos. Antes nos copiaron un formato y nos ningunearon en reuniones convocadas a las que no asistieron. Directivos de medio pelo, nula creatividad y menos compromiso con la sociedad. Unos prendas, vamos.

En Catalunya se han mantenido las formas más o menos. Trabajé en ella diez años y fueron de los mejores de mi vida. Si no lo reconociera sería un cretino. Pude hacer lo que quise y tuve directores, con alguna excepción que no computa, que me respetaron. Se sembraron prodigiosas semillas que todavía hoy lucen en la programación. Aunque, ahora, le toca una transformación, una adecuación a la nueva realidad y sobretodo, recuperar la operatividad. Se escucha demasiado en el sector lo de «no vayas a TV3 que están mal, no vale la pena». Me niego a aceptar eso. ¡En TV3, no! Ojalá la hagan bien, quiten todos los nudos que la aprietan, vuelvan a abrir las puertas y eso les permita seguir siendo la única flor en el desierto irrecuperable de los medios públicos españoles.

TV3 siempre ha sido una tele de referencia, donde un buen documental en horario de máxima audiencia es el líder de su franja. Donde se puede hacer un programa como el que hicimos con Punset y sentirte orgulloso. Programa, por cierto, que presentamos también a otras cadenas y todavía están riendo. ¡Cómo me gustó que funcionase bien! Y no hablo de ego. Por cierto, que hemos presentado una continuación de «Com va la vida?». ¿Lo podremos hacer?

Siempre hay alguien que pone el ejemplo de la BBC como modelo. Desengañémonos, en España no sabemos hacerlo así. Nuestra sangre caliente, nuestra poca tradición de libertad, nuestra perversa visión del periodismo nos juega a la contra. Mientras un político considere que un periodista de TVE o RNE le está perjudicando cuando cuenta una realidad contrastada, no habrá manera de tener unos medios libres y respetados. Mi apoyo a los compañeros que se han dejado la piel en sus programas. Habéis hecho lo que teníais que hacer. Vosotros sí que podéis dormir tranquilos.