Más ocupados que conectados

Miércoles, 23 de octubre de 2013

Hay gente que cuando habla no dice ninguna tontería, así que resulta muy recomendable escucharla atentamente. Luego hay otro tipo de gente que habla mucho pero no dice nada mínimamente coherente. Lo mejor es olvidarla lo más rápidamente posible. A veces resulta un poco difícil porque ocupan cargos relevantes y sus declaraciones se reproducen, se analizan, nos machacan con ellas como el martillo al yunque. Así que paciencia. ¡Qué le vamos a hacer!

Hoy me voy a centrar en el primer grupo, al que llamaremos provisionalmente los interesantes. Tom Hanks es uno de ellos. Uno de los mejores actores de la historia pero, sin embargo, muy bien amueblado. Como George Clooney. Sí, sí. Clooney. A los tíos nos da un poco de rabia, pero es pura envidia. Hay que reconocerlo. Buceen un poco en sus entrevistas, lean entre líneas o sencillamente lean con calma. Debajo del referente o el icono hay un tipo con sus contradicciones, sus miedos, sus preocupaciones y un compromiso con el oficio que muchos quisieran. Un hombre que arriesga cuando hay que hacerlo y que navega con elegancia por la cima de las celebridades. Se separa cada dos años, vale, pero cada uno se sabe lo suyo.

Hace poco descubrí a otro. Se llama Terry Gilliam y es uno de los fundadores de la locura más memorable del mundo del espectáculo, llamada Monty Python. Ya venía siguiéndolo, ya… Tiene una filmografía digna de estudio, en la que destacan la inclasificable «Brazil» (sale mi venerado De Niro) y, sobre todo, la quijotesca -nunca mejor dicho- película sobre el noble hidalgo más famoso de la literatura. Una peli que nunca ha podido terminar, perseguido por una especie de maldición y de la que surgió un documental alucinante. Bueno, pues Gilliam ha pasado por el Festival de Sitges y ha hablado un poco de todo. Pero lo que más me llamó la atención era un tema en el que también venía pensando hace tiempo: las redes sociales o cómo «estar conectado» nos está aislado. La gran contradicción digital. Gilliam se despachó a gusto y, con su mirada de diablo viejo, llamó a la desobediencia y el desenganche del 2.0. Definió una sociedad que «cree estar conectada y muy informada de todo, pero en realidad solo está OCUPADA». Se mofó de los que solo hacen cosas para documentarlas y decir que las han hecho. Normalmente son viajes, gatitos, niños y platos de comida. ¡Qué obsesión con retratar lo que comemos!

Me pareció entender que Gilliam nos animaba a pensar más por nosotros mismos, desconectados, sin referencias externas. Hay que informarse, sí, pero luego hay que parar un minuto -¡uno!- y tratar de elaborar una tesis personal. En lugar de eso, nos dejamos llevar por las corrientes de opinión, los trending topics y el borreguismo, que, aun siendo digital, sigue siendo borreguismo. No sé cómo hay que hacerlo, pero estaría bien recuperar un cierto individualismo de verdad. Desconectar tu terminal y no pensar que la vida te deja en la cuneta. Más bien es al revés. Volver a estar ilocalizables, en lugar de compartir veinte grupos de Whatsapp y retransmitir nuestra intimidad. Nos quejamos de una sociedad que cada día nos vigila más y peor, pero quizá hayamos convertido la tecnología en una cadena (de apariencia agradable y moderna) que nos tiene controlados a cada instante. Y nosotros lo permitimos. Damos nuestra localización y adjuntamos foto. ¿Dónde vamos a llegar? No lo sé, pero todo el mundo lo sabrá.

«El Berenjenal» en Interviú.