Belén Esteban es como las estrellas: su luz se apagó hace millones de años (si es que alguna vez la tuvo), pero sigue llegando a nosotros a través de la televisión. Yo he llegado a la conclusión de que es infinita. Ya no ella, sino aquellos que estrujan el fenómeno más barato, hinchado, vacío, vergonzoso, repetitivo y estéril que se ha visto y se verá en muchos años. Nunca creí que una chica de barrio, de vocabulario limitado y biografía de folletín de segunda, pudiera reportar tantos minutos de pantalla. El fenómeno es tan persistente y pegajoso que hasta genera algo así como una fascinación. Pero no es verdad. Es un espejismo catódico. Es pura reiteración hasta el hartazgo, con lo que, de tanto verla, piensas que puede interesarte.
A mi no me interesa lo más absoluto. Ni ella, ni su niña, ni su madre, ni el torero, ni su suegra, ni los que se autoproclaman periodistas revoloteando a su alrededor con ese supuesto aire de investigadores, ni nada que recuerde a sus ojeras o a sus gafas de soldadora. Y hablo también como cómico. Los chistes con alusiones a la madrileña despechada, van directos a la papelera por sobados y previsibles. Cada vez me gusta menos teorizar sobre la tele. Cada uno hace lo que quiere y allá cada cual con sus conciencias. Los que tengan, claro.
Aún así, las consecuencias de la desertización de contenidos interesantes a la que han sometido la tele los corrales televisados que todos conocemos, están produciendo un cambio climático que ríete tú de la capa de ozono. Tanta Belén Esteban (y otros submundos también paralelos y fétidos) en programas choriceros, está expulsando a los guionistas de la tele. Guionistas y gente con arte, ideas y ganas de comunicar. Te vienen a la productora, gente joven con aires renovadores y lo primero que les das es una máscara de gas. Por suerte, nos quedan espacios protegidos, donde nos empeñamos en hacer algo que no huela a reciclaje.
Llegará un día que vendrán a visitarnos y nos tirarán cacahuetes diciendo: «pobrecitos, ahí están con sus cositas, entrevistando a escritores, actores y músicos. ¡Míralos!». Y nosotros, desnudos, barbudos, montados en neumáticos y enarbolando plátanos de canarias, chillaremos cada vez que nos pongan una imagen de Belén en la televisión. Porque, por supuesto, al ser infinita, ella seguirá explicando sus memeces, llorando, riendo o las dos cosas a la vez. Te estoy hablando ya del año 2045.