Nunca había visto la naturaleza en todo su esplendor, ni la vida salvaje en libertad. Todo era nuevo para mí, un descubrimiento permanente. Decidí no tomar demasiadas fotografías para, así, empaparme de todo aquello. Pero no lo cumplí. ¿Cómo podía dejar de practicar una de mis aficiones en el lugar más apasionante posible?
No voy a aburrirles. Solo les diré que, si pueden, vivan esa experiencia. Todo son detalles de belleza, de sentido común, de sabiduría… Las cebras, por ejemplo, son animales muy solidarios entre ellos. Conocen sus limitaciones y se apoyan. Suelen colocarse de dos en dos, cada una mirando en una dirección. De esta manera cubren 360 grados de visión y pueden detectar el peligro mucho mejor. La moraleja está tan clara que no hace falta ni escribirla.
«Fotodiario» en El Periódico