Vengo del Auditori de Barcelona de ver a Rufus Wainwright. En primer lugar: un tío que canta «Over the rainbow» en albornoz con su madre al piano y pone el auditori de pie, tiene mucha clase. Este es el caso. Y tiene genialidad y «ese algo» que lo hace diferente al resto de miles de cantantes. Rufus es una estrella y lo juega y lo integra en el espectáculo, cargado de gay power y de buenas canciones.
Rufus se ha inventado una sonoridad propia. Un lirismo que coquetea desde el pop, con el folk, el rock, el jazz, los musicales y muchos más. Un collage que hipnotiza, con una voz privilegiada. Este tío es un crack y mola que vaya de diva y que no se tome en serio. Debería despedir a la encargada de vestuario, pero me temo que es él mismo y eso no nos conviene.
Por si faltaba algo, Rufus se marcó un tema en el que aparece Barcelona y que nunca había cantado en directo. Redondo, intenso, fresco, generoso, desacomplejado y genial.