El cachondeo (reacciones críticas y divertidas) que ha generado la lesión del Rey en su cacería es proporcional a su omnipresencia en la sociedad española. Casi todo el mundo ha hecho, ha escuchado, ha tuiteado o ha dado difusión a una chanza sobre el tema. En la calle, en las redes, en los bares, en las casas, en las oficinas del paro… En todas partes, vamos. ¿Había ganas? Seguramente.
Miren, yo no sé casi de nada. De lo poco que tengo unos cuantos conocimientos es de comedia y no recuerdo que una cadera rota diera tanto juego. También recuerdo cuando, en este país, los chistes sobre la monarquía eran algo así como un atentado al Estado de derecho. No era verdad. Hablaba nuestro miedo, nuestra falta de práctica, los años de oscurantismo humorístico y todas esas cosas nocivas para la salud mental de un país. Todo eso ha cambiado un poco. Ahora, un soplo de republicanismo recorre las calles de un país con las tuercas apretadas, las tijeras de los recortes afiladas y la paciencia evaporándose como un vaso de agua al sol. El Rey pidió perdón en un vídeo casi doméstico (calculadísimo) y ya circulan bromas también sobre eso. Bendito contagio el del humor que nos ayuda a soportar lo que no entendemos o lo que no estamos dispuestos a entender.
«El Berenjenal» en Interviú.