Puedo decir que he besado en la boca a Wyoming. Eso, la primera vez. Años más tarde nos acostaríamos en un hotel de la Barcelona preindependiente. No creo que haya muchos hombres que puedan decir eso. Además, mantenemos una serena amistad, un respeto mutuo y hablamos bien el uno del otro cuando se nos requiere. Tampoco sé si hay muchos compañeros de oficio que puedan decir eso. Imagino que ustedes darán por supuesto que todas nuestras aproximaciones han sido por exigencias del guión que nosotros mismos propiciamos y que entre nosotros no hay el más mínimo deseo sexual (hablo por mí). En realidad, El Gran Wyoming es un buen colega de profesión, siempre solícito cuando la ocasión lo pide y mucho más generoso que la media. Eso lo hace todavía más grande. Porque a su edad, con la mili que lleva a cuestas y todo lo que ha demostrado, podría quedarse en su casa o dar un no por respuesta. Y no pasaría nada.
Hace poco volví a comprobar todo lo que les estoy contando por si había alguna duda. Le invité a mi programa para hablar de su excelente último libro «No estamos locos» con el que está arrasando en ventas. Lo que sucede es que el hombre es de los míos y se pasa la semana en un plató con sus tirantes y el guión afilado. Tiene muchos dones, pero no el de la ubicuidad. Así que o nos inventábamos algo un fin de semana para grabar una entrevista o el encuentro sería inviable. Tenía que ser un sábado, mientras la gente normal descansa o está con sus familias. Pero por Wyoming lo que haga falta, oigan.
Le propusimos simular una gran fiesta que acabara en plan «Resacón en Las Vegas» y que la cama destrozada de una habitación vivida de hotel fuera el escenario de la charla. Aceptó. Y no solo eso. Lo hizo con buena cara, buena disposición y sin mirar el reloj. Todo eso, a pesar de que tenía un concierto de su grupo de rock esa noche (su gran pasión, le brillan los ojos cuando lo cuenta o te enseña su guitarra). Así es Chechu: si va, va. Y va con todo. El Gran Wyoming tiene esa verborrea hipnótica, un hablar en mayúsculas y sin faltas de ortografía. Le escuchas, te embelesa, te convence y descubres una mezcla de Groucho Marx, Tip, Dario Fo y un actor clásico español. Es todo eso y más. Jugando siempre a ser estrella, pero consciente de que todo es provisional y bastante incomprensible.
Una vez me contó: «En realidad, yo hablaba en serio y la gente se reía. Así que me ofrecieron hacer de presentador cuando no soy bueno. El «Caiga» lo hubiera podido hacer una botella de agua encima de la mesa. Pero mira, chico, me ha ido bien y tengo unos ingresos superiores al resto». Modestia, retranca y, ahora, mucha mala leche. Ahí voy: Wyoming está viviendo una madurez sensacional. Le he seguido atentamente desde siempre y creo que está en su mejor momento. En un acto de valentía que deberíamos aplaudir, el de Madrid ha decidido que no se va a callar nada y que en esta España de mayoría aplastante y actualidad sonrojante va a señalar todo lo chungo con su mejores armas, que son el sarcasmo y la denuncia. %u2028Es una bendición que eso suceda y que la incomodidad y la incorrección que genera lo tiñan todo cada noche desde La Sexta. Me siento orgulloso de estar en una cadena donde trabaja él. Wyoming conoce y repudia las trampas del sistema. De ese poder que se retroalimenta por encima de la desgracia colectiva, esos bancos vergonzosos que nos han hecho creer que nosotros somos los delincuentes o esos políticos sin talla para afrontar este decisivo momento de la historia. Todo. Sus perdigonazos son estimulantes y necesarios. Su voz, la voz de muchos. Su cara, solo suya. Ahí no tuvo suerte.
«El Berenjenal» en Interviú.