El primero, no el de Pink Floyd. Estuve en Jerusalén y fui a todos los sitios dónde hay que ir. A los sagrados y a los normales. Fue un vuelo rápido sobre la ciudad dónde las religiones se cruzan, a veces como navajas, y el misticismo crece en las piedras como un liquen. Vi a esos hombres con extraños sombreros, tirabuzones imposibles y una mirada perdida en el pasado.
Una ciudad donde se sonríe poco, porque parece que la religión está a años luz del sentido del humor (eso ya lo sabía). Vi muchas cosas y entendí muy pocas. Al final, me encaramé a una azotea para buscar una perspectiva mejor, una distancia que me permitiera una cierta lucidez… Ni por esas. Creo que el muchacho que contempla el muro estaba como yo, pero él no puede decir ni escribir. Tan solo puede pensar.
«Fotodiario» en El Periódico