Era verano y hacía mucho calor. Demasiado. «Una ola de calor» la llamaron. Eso trajo extrañas consecuencias entre la población. La gente estaba más nerviosa (si cabe) de lo normal. Nerviosa, confusa, empanada… Era imposible mantener una conversación coherente que durara más de dos minutos. Había mucho sopor en el ambiente. Y alucinaciones. Por eso no es de extrañar que todos los allí presentes viéramos lo mismo: un visitante de otro planeta recién aterrizado, con su casco y todo. Vestía una túnica azul y no hablaba. Solo parecía pensar. Le admiramos en silencio y sudando, hasta que una voz de mujer desde la cocina gritó: «¿Quieres hacer el favor de traer la ensaladera?». Ahí acabó el extraño suceso.
«Fotodiario» en El Periódico