No sé cuántos de los que trabajan en la tele, pueden hablar de «placer», refiriéndose a su trabajo. Yo, sí. Y, para mi, eso tiene un valor incalculable porque siempre he trabajado con las tripas conectadas directamente al corazón, a la piel y a la ilusión. Es lo que tiene ser emocional. El día que eso no se percibe, te preocupas. El día (la noche) que se reafirma, te pones como una moto y piensas que vale la pena la lucha, el esfuerzo, los subidones de adrenalina y, en definitiva, este navegar por las aguas siempre turbulentas de la televisión.
El jueves volví a notar «el pinchazo». Toda la semana ha sido de las que van a quedar en nuestra memoria. Precisamente había mandado una nota a todos mis compañeros para transmimitirles mi agradecimiento y mi satisfacción. Una nota para compartir y disfrutar, que no todo va a ser sufrir por la maldita audiencia de marras. ¡Estamos aquí, después de tanto tiempo!
A todo esto, se plantó Wyoming en nuestros estudios y volvió a dar un recital. Les dije al público antes de empezar: «Hoy tienen suerte. Viene Wyoming». Ovación. Fue la primera de un montón más que reflejaban la diversión del personal. Porque Wyoming marca goles desde el minuto cero. Es el mejor, sin duda alguna. No me canso de repetir que es una suerte trabajar en una cadena, donde esté el Gran Wyoming. Es un placer que seamos contemporáneos. Es un gustazo escuchar como enlaza sus tesis grandielocuentes. Habla como si escribiera. No envejece.
Nos bebimos media botella de licor de café que nos trajeron de Ourense. Se respiraba libertad, frescura y genialidad. Me contó Santiago Carrillo que cuando estaba junto a Picasso, sentía «el soplo de la eternidad». Pues yo cuando estoy con Wyoming, siento el soplo de la televisión en estado puro. Y les aseguro que llevo muchas horas de vuelo.