Muchos son los que hablan de «arriesgar», pero pocos (muy pocos) son los que lo pueden poner en práctica. Arriesgar va asociado a la creatividad, al carácter, a la personalidad, posiblemente al éxito. Viste mucho, vende más, pero la gris realidad se encarga de abortar el riesgo. Cuando planteas algo arriesgado, topas frontalmente contra la corrección, el cálculo de posibilidades, la rentabilización o la «monetización», como la definen algunos odiosos. «¿Cuánto me costará ese riesgo?», «¿qué posibilidades hay de que salga bien?», «¿cómo lo vamos a monetizar?» y otras preguntas similares enfrían, desmontan y hasta anulan. ¡Si no lo probamos, no sabemos cómo puede ir!
Piensen en negocios, en deporte, en innovación, en todos los sectores que puedan imaginar donde el riesgo, la prueba, el tirarse a la piscina es parte consustancial y evidentemente la más divertida del proceso. También es la que más celebra y agradece el espectador o el consumidor. Debe de ser una historia tan antigua como el propio ser humano. Siempre ha habido gente dispuesta a arriesgar; y otros (la mayoría de las veces son los que tienen el dinero y el poder), preparados para cortar la cabeza a ese riesgo e incluso tildarlo de estúpido, infantil y otros calificativos. El famoso y tenso diálogo entre los que tienen las ideas y los que las harán posibles. Las dos partes son importantes. O hay generosidad entre ambos, o hay complicidad, compromiso, pasión y una emoción propia del juego y la experimentación, o no hay nada. Bueno, sí. Hay algo: lo previsible, lo gris, lo estándar, lo normal. No hay palabra más odiosa que normal. Las historias de riesgos que salieron bien son épicas y se ponen como ejemplos. Inspiran libros, películas, se estudian en las escuelas de negocios. Pero la mayoría de los riesgos no se tomaron, y si conociéramos los detalles de cómo se cortaron las alas a los sueños, se nos caería la cara de vergüenza.
Hace poco compartí una maravillosa conferencia con Javier Mariscal en Barcelona. Nos hemos inventado un ciclo que llamamos Instint, donde convocamos a la gente para que escuche y viva lo que personas con talento tienen que contarnos. Mariscal es un genio. Un inconformista, un soñador, un hombre al que lo convencional le provoca repelús. Dijo muchas cosas, pero una de las que me gustaron fue su reivindicación del riesgo. Y lo enmarcó en aquellos maravillosos años previos a los juegos de Barcelona 92. Se ha hablado mucho del éxito de aquello, pero piensen en los años previos, cuando había que tomar decisiones para deslumbrar al mundo. Podía hacerse bien pero normal, o arriesgar. Y Pasqual Maragall (otro genio) optó por lo segundo. Encargó una mascota a un dibujante casi underground y puso la ceremonia de inauguración en manos de un grupo como La Fura dels Baus, que provocaba e incomodaba en sus actuaciones. Maragall jugó fuerte y… ganó. El mundo entero etiquetó a Barcelona como la ciudad más moderna, creativa y atractiva del mundo en aquel momento. ¿Qué pasó luego? Personalmente, creo que nos dormimos en los laureles y que no supimos aprovechar aquella inercia, aquel clima favorable para la verdadera y luminosa innovación. Ganó el turismo, el cartón piedra, el escaparate, más que el taller de artista. Quedó el cuerpo, pero se disolvió el alma y los ciudadanos pasamos de aquella alegría y orgullo a una rutina más o menos agradable. Y eso que… ¡habíamos arriesgado y nos había salido bien! ¡Teníamos una marca!
Les dejo con una frase del piloto Marc Márquez. Soy muy fan de Márquez. Ha dicho: «El talento es vital, pero si no eres atrevido, si no tienes coraje, nunca podrás experimentar todo tu talento. La técnica se puede trabajar, entrenar, aprender, memorizar. Para mí, el orden sería: talento, coraje y técnica». Creo que coraje es igual a riesgo, es igual a placer. Márquez tiene 21 años y ya está dando lecciones.
«El Berenjenal» en Interviú.