Si yo no fuera de Reus, me gustaría ser de la Barceloneta. ¿Puede uno enamorarse de un barrio? Creo que sí. Siempre que puedo me escapo al mar y, en lugar de las playas de diseño, busco el amparo de los callejones estrechos de la Barceloneta. Me gusta comer ahí. Me tranquiliza sentarme al sol o chalar con la quiosquera que me cuenta que ha visto al Rubianes. En la Barceloneta, la ciudad descarga en el mar todas sus tensiones. Las disuelve en la arena, se las comen los peces, se las beben los turistas. El paseo es perfecto, los chiringuitos (a falta de los antiguos), son verdaderos refugios para los urbanitas estresados.
El otro día me escapé por enésima vez a «mí» barrio. Me compré la nueva revista «Esquire», leí la sabiduría de Eduard Punset, me enseñaron el nuevo hotel 54, escuché algo de música (cada vez soy más fan de Josh Rouse) y disparé fotos para Captura. Me sentó bien la comida, la charla con un amigo y la vida en general. No es tan difícil ser moderadamente feliz y el escenario tiene buena parte de culpa.
Enamorado de la Barceloneta
Lunes, 1 de octubre de 2007