Marc Márquez sonríe al éxito

Miércoles, 22 de octubre de 2014

Normalmente se formularía al revés: «el éxito sonríe a Marc Márquez». Pero el de Cervera le ha dado la vuelta al tópico. Le ha dado la vuelta a todo. Ha girado como un calcetín la lista de favoritos y estrellas en el mundo acelerado de las motos y ahora él es el jefe. También ha cambiado la cara del triunfo, la actitud. Cuando estábamos cansados de campeones con cara de «misteriosos», haciendo el papel de héroes, un poco oscuros y con poca empatía, llega un chaval de Cervera de veintiún años y se descojona literalmente de todo eso. Ahí está una de sus grandes armas: la alegría, el placer de correr, un gamberrismo sano. Y , claro, se ha puesto a todo el mundo en el bolsillo de su mono de trabajo. Creo que hay Márquez para rato, algunos ya lo llaman el Messi de las motos. Espero que solo se refieran al aspecto deportivo. Seguro que sí. Lo de Marc es otro triunfo de la gente normal, bien rodeada y con los pies en el suelo. Unos pies que solo despega un rato cuando se sube en la moto para delirio de sus fans. ¡Enhorabuena!

Soñar sigue siendo gratis y alucinógeno
Al menos hasta el momento, pero todo se andará. Soñar es ese momento en el que estamos más locos de lo normal y además, no podemos controlarlo. Unas veces lo recordamos al despertarnos, otras no. Otra locura errática y aleatoria. Soñar es la venganza de la razón. El caso es que hace unos días pedimos en el programa a nuestros espectadores que nos contaran alguno de sus sueños. Nos quedamos impresionados. Podría transcribirlos todos, pero me decanto por uno: «soñé que era Murcia», nos dijo alguien. Mira que he escuchado sueños raros, curiosos, oscuros, surrealistas, lúbricos, presuntamente premonitorios y demás, pero JAMÁS, nunca nadie, me contó que soñara ser una ciudad. O una comunidad entera, que me he quedado con la duda. Acabó el programa y seguimos comentando el tema. «¿No os habéis quedado muy rotos, con lo del que soñó que era Murcia?». Efectivamente. Que alguien quiera ser una ciudad, es tan mágico y sorprendente como inquietante. Espero que no tenga ninguna lectura política. Mira Fabra: quería ser Castellón entero y ya ves como ha acabado. Hasta se construyó un aeropuerto por si le apetecía ser otro territorio. Podría salir volando. El plan parecía perfecto.

Menos mal que tenemos a Leo Bassi
Estaba un servidor bajando al plató y pasé por el camerino de invitados. Allí estaba Leo Bassi vistiéndose en silencio y en penumbra antes de su aparición en el show. Solo fue un segundo pero aquella imagen me sugirió lo siguiente: Leo Bassi es «el ofício de cómico, de bufón. Es la encarnación, todo nuestro gremio se resume en él». Luego, por supuesto, lo confirmó una noche más. Le recordé que, en 2004, cuando empezó a airear y a mofarse de las miserias de la política, muchos le llamaban incendiario, provocador y antisistema. (Eso era exactamente lo que buscaba). Ahora, diez años después, el guión de la realidad le ha adelantado por la derecha, le ha desbordado. A él y a todos nosotros que seguimos atónitos ante el desfile de choriceo y tarjetas black. Con el gorro de su bisabuelo payaso en la cabeza, Leo sabe poner el dedo en la llaga, pero siempre desde su oficio de bufón. Su nariz de payaso es el punto que señala exactamente el sitio donde debe estar, en mitad de esta vida desordenada, caótica y sin mapas. Es su geolocalizador. Hay algo terapéutico, poético y liberador en su trabajo. Cuando derrama dos jarras de miel sobre su cuerpo, nos emocionamos. «¡Quiero ser dulce!» gritaba. Y el público se puso en pie. Bassi es inimitable, es un desagüe, un incendio controlado, una patada en los huevos que no hace daño, una colleja sorda, un pato de goma gigante, un Papa que baila… Menos mal que existe.

«Memorias en diferido» en Interviú

A veces, las palabras se gastan

Viernes, 17 de octubre de 2014

Tengo la sensación de que, a veces, la palabras se gastan con el uso. Con el mal uso, quizá sería más exacto. Hace poco estuve como invitado en un evento de jóvenes emprendedores. Buena gente. Personas con toda la vida y toda las ganas del mundo por delante. Se organizan, usan las redes para trazar la alianzas y sacar adelante sus proyectos. Me llamaron para hablar de mi experiencia personal en el mundo de las empresas. Entonces pensé que lo mejor sería ser muy sincero, nada convencional y lo menos épico posible. Una actitud que no cotiza demasiado en este mundillo, donde se prodigan los iluminados, los hombres y mujeres hechos a sí mismos (otro concepto gastado) y los powerpoints motivacionales y muy edulcorados. Les dije, solo para empezar, que la palabra emprendedor me parece gastada, que habría que inventar otra o quizá no inventar nada y volver al clásico «buscarse la vida», como ha sido siempre. El lenguaje se gasta cuando se cierne sobre él la sombra de la manipulación interesada. Nuestro sistema actual es muy hábil para esas cosas. Cuando los políticos se llenan la boca con lo de los jóvenes emprendedores, algo huele mal. «Lo primero que tendrían que hacer es no penalizar y coser a impuestos lo de crear una empresa en este país. Este es uno de los sitios más caros para hacerlo». (Aquí hubo aplausos, la espina está clavada y duele). Les seguí hablando de mi realidad, de los miles de jóvenes como ellos que han tenido que irse del país porque esto es un páramo, de lo farragoso y desagradecido que supone, la mayoría de veces, seguir en pie, buscar oportunidades e intentar ganar algo digno. Y más ahora. Puestos hablar de la maldita crisis actual, les pregunté qué habían aprendido y cómo iban a aplicarlo. «El mundo que conocíamos y sufríamos se está desmoronando. Vosotros vais a construir el nuevo y sería bueno que nos pudiéramos sentir más orgullosos. Que las empresas tuvieran una conciencia ética digna, compatible con su ambición. Que la codicia no lo justificara todo y que la justicia social no fuera una rareza en vuestros idearios». No me tiraron el cubata a la cabeza, por lo que deduzco que no sentó mal.

Esteso se emociona cuando habla de teatro
Fernando Esteso ha sido uno de los mejores invitados que nos ha visitado últimamente. Venía para hablar de «Torrente 5», la película que no necesita promoción. El actor estuvo cariñoso, simpático, lúcido y se puso al público en el bolsillo. Al acabar, lo felicité sinceramente y puedo decirles que eso no es algo que haga habitualmente. El cómico, que lo fue todo en su momento, habla del pasado y se le ilumina la cara. En un momento dado, se refirió a una obra de teatro, «La extraña pareja», que hizo con Pajares en 1985. «Mira, se me pone la piel de gallina». Miré su brazo y era verdad, se le erizaba la piel. Reparé sobre eso con el público. Sobre cómo un hombre de 69 años se emociona recordando el teatro, la experiencia escénica de darlo todo ante los espectadores. Un arte, el teatro, que tenemos frito a IVA, siempre bajo la sospecha, el menosprecio y la interesada devaluación de los gobiernos. Mira, me salió así.

El virus de la desinformación
Está costando encontrar una información centrada y veraz sobre el ébola y su repercusión en España. Lo de la «pandemia» está sacando lo peor de la prensa, con portadas vergonzosas, especiales alarmistas o versiones culpabilizadoras que dan un poco de asco. Los responsables políticos tampoco se quedan atrás. Ni las medidas de precaución, ni las comparecencias oficiales o algunos debates ciudadanos. Hablábamos con los compañeros de cómo incorporar todo eso a la comedia y decidimos que, de momento, no había manera. «Hacemos un programa de humor», nos repetimos como un mantra. «Bendito humor», añado yo. Y muy necesario.

«Memorias en diferido» en Interviú

Eso de la felicidad

Jueves, 13 de marzo de 2014

Hace unos meses asistí a una charla a la que me invitaron. Era por la mañana, se trataba de un compromiso previo al programa. Lo digo porque ahora, desde que me acuesto a los dos de la madrugada y con el ruido de la televisión repiqueteando todavía en mi cabeza, las mañanas son algo espeso e inconcreto que intento sobrellevar lo mejor que puedo. Pero allí estaba yo, habiendo dormido unas cinco horas (pocas en mi caso), con la mejor cara que encontré en mi archivo. Hablamos de internet, del uso personal de las redes y todas esas cosas. El típico tema del que muchos hablamos últimamente, pero que muy pocos conocen exactamente. El caso es que la charla era interesante porque mi anfitriona era lista y se había preparado bien el tema. De repente, y hacia el final del encuentro, me preguntó: «¿Porque, Andreu, para ti qué es la vida?». Miré hacia los lados, como buscando a alguien más. Alguien que me sacara de la atolladero. Pero no. Me lo preguntaba a mí, así que, una vez más, me debía tirar a la piscina y echar mano de mi amiga la improvisación. Creo recordar que le dije algo así como: «Mire, yo solo soy un cómico, no sé si mi opinión les va a servir de mucho. Le diré que intento disfrutar con mi trabajo y ser honesto conmigo mismo y con los demás. Quizá la felicidad sea hacer eso más o menos cada día. No lo sé… Yo vivo así, pero tengo muchos fallos. Quiero decir que lo de vivir vendría a ser una ciencia muy poco exacta». Aplaudieron (quién sabe si por cortesía) y yo pude salir a la calle, donde respiré un poco. Respiré, me hice fotos de esas absurdas que la gente te pide porque «mi novia no se lo va a creer» y me confundí entre la muchedumbre de Barcelona. En las ciudades, apresuradas, humeantes y un poco cabreadas, tienes la sensación de que nadie es feliz. No lo parece. No están en las calles para ser felices. Van al trabajo porque lo tienen o van a buscar uno desesperadamente. Pensaba en eso…

A los pocos días pasé por un programa de radio. Nos reímos bastante porque el humor, bendito humor, sirve para quitar hierro a las cosas y hablar de todo aunque parece que no hablas de nada. El presentador me preguntó por mi nuevo programa. «¿Cómo te va?». «Bien, supongo que bien. Cuando trabajo me siento bien y me acompaña mucha gente buena. Al otro lado de la pantalla parece que también hay gente, por lo que la cosa va tirando». «¿Pero tú estás contento, eres feliz?». ¡Y dale! Hay algo de impúdico en el hecho de preguntar tus sentimientos, ¿no? Es como cuando te preguntan si estás enamorado y no es tu pareja la que lo hace… Yo lo veo así, quizá sea la timidez. Le dije: «Mira, yo tengo cuarenta y nueve años. A esta edad, si estás muy contento, es que eres tonto. Si estás muy triste, es que no has entendido nada». Risas y final de la entrevista. No fui consciente de lo que había dicho hasta que alguien lo retuiteó. (Ahí tenemos otra característica de los tiempos actuales). Me gustó más cuando lo leí. Me pareció que lo había escrito otro. La felicidad, pues, sería el equilibrio entre la euforia naíf y despegada de la realidad y una visión ácida y gastada de las cosas. Hay motivos y momentos para todo, lo sabemos, pero solo estás bien si estás equilibrado y sabes identificarlos. No digo que sea fácil, solo digo que la felicidad (espontánea, escurridiza) anda por ahí. Por si les puede ayudar.

«El Berenjenal» en Interviú.

La vida te da sorpresas

Domingo, 9 de marzo de 2014

La vida misma, sin sorpresas, sería de lo más rutinaria y previsible. De la misma manera, cuando las sorpresas son desagradables, nos entra una especie de desazón, una rabia y hasta una impotencia. Así pues, ¿cómo quedamos? Imposible llegar a un acuerdo. No olvidemos que somos humanos, que cada uno es de su padre y de su madre y que la percepción de las cosas es algo muy personal. Algunos vivirán las sorpresas como giros agradecidos del destino. A otros (más bien cenizos o directamente gente poco interesante) cualquier cosa que se sale de la norma les obliga a replanteártelo todo, a dudar e incluso… ¡a pensar! ¡Y eso sí que no! Hay gente que no quiere pensar demasiado, que ya viene pensada de serie (o eso creen ellos). Gente que tiene la porosidad del acero inoxidable.

Conozco a un tipo que sostiene que, a sus treinta y pico años, ya tiene todos los amigos que necesita. No desea más. Tampoco está interesado en nuevas creencias (lo matricularon como católico aunque no va a misa ni practica), ni en nuevos hobbies, ni en las tecnologías actuales (abomina de las redes). Dice que le da pereza todo lo nuevo y que ya tiene suficiente trabajo digiriendo lo que sabe. No es mal tipo, pero podría ser que hubiera muerto en vida y todavía no nos hemos enterado. Ha adoptado el escepticismo rancio e inmovilista como bandera, es un auténtico frontón con patas y ahí está el tío, «viéndolas venir», según sus palabras. Me pregunto si este hombre/zombi del que les hablo vio la 'Operación Palace' de Jordi Évole en laSexta. Un fantástico ejercicio de ficción sobre un episodio fundamental de nuestra historia. Juraría que lo vio y que no le gustó. En realidad no le gustó que le engañaran, que le sorprendieran con una pieza que exigía concentración hasta el final y una amplitud de miras, digamos mediana. Jordi apostó por la sorpresa, por saltarse la norma y abandonar el territorio más cómodo para él y para todos. Y yo me pregunto: ¿cómo puedes estar en contra de alguien así? Alguien que arriesga, que mueve los límites mentales, con lo sano que es eso y apela a nuestra inteligencia. ¿Qué hizo mal? Hay una corriente que opina que perdió credibilidad como periodista. ¡Vamos, hombre! Tenemos a periodistas haciendo anuncios de bancos y de caldos de gallina como si tal cosa. Tenemos a periodistas que no hacen una entrevista interesante desde hace veintidós años. Otros que escriben o hablan al dictado de su grupo editorial (el paro es un monstruo que está ahí). Con todo ese panorama, ahora vamos a discutir si uno de los mejores, por un momentáneo cambio de formato y de registro, ha dejado de ser creíble. La duda ofende.

Según mi modesta opinión, el mundo del espectáculo, del entretenimiento, está basado en la sorpresa. La considero una pieza fundamental del ADN creativo. Aunque no lo sepamos, estamos esperando que nos sorprendan porque eso subvierte el orden y la lógica y a partir de ese momento, las cosas son interesantes, únicas, especiales, creativas y en algún caso hasta geniales. Jordi dejó claro que, por una vez, iba a hacer espectáculo. Un espectáculo que echaba sus raíces en la información de un episodio histórico ya superado, vale, pero espectáculo a fin de cuentas. Y lo hizo muy bien. Como siempre.

«El Berenjenal» en Interviú.

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