Extraña tipografía (y ortografía) para un problema universal: los perros que orinan por doquier. Visto en Barcelona.
Perros y dueños
Cinco años
Nuestro perro Mel ha cumplido cinco años. Según la leyenda veterinaria, cada año de perro son siete de humano, así que tiene 35. No creo que sea consciente de ello, ni tan siquiera que le importe lo más mínimo. Mel es uno de los perros que mejor vive de la zona euro. Disfruta de una nobleza que puede llegar a ofender y solo piensa en comer y en dormir. Si pudiera, haría las dos cosas a la vez. Pensamos en regalarle algo para su cumpleaños, pero al final decidimos que el mejor regalo iba a ser no molestarle. Y ahí sigue.
«Fotodiario» en El Periódico
¿Qué culpa tienen las palomas?
Es que no me lo puedo quitar de la cabeza. Mira que uno está acostumbrado a manejar la actualidad, como el cocinero que va al mercado para decidir qué llevar a los fogones. Cada día pasan cientos de imágenes y textos por delante de nuestros ojos, pero lo de las palomas del Vaticano me dejó roto. Pasó un domingo (el día del Señor, en mayúsculas) después del Ángelus. El papa Francisco lanzó uno de sus mensajes/deseo, en esta ocasión dedicado a la conflictiva Ucrania. Pidió respeto y diálogo (algo que también nos vendría bien en España, ¿no?) y lo rubricó con un ejercicio de simbolismo marca de la casa: liberó dos palomas dando por sentado que el mundo entendería que se trataba de las palomas de la paz. Hasta aquí, todo bien. Lo duro vino después. Una escena que parece sacada del programaImpacto total, muy de desgracias inesperadas. Resulta que una gaviota primero y un cuervo después se abalanzaron sobre las pobres palomas, en un combate aéreo que, según algún rotativo, «se interpretó por los asistentes como una lucha entre el bien y el mal». ¡Toma ya! Se desconoce el desenlace, pero las fotos parecen del National Geographic. Mucho pico abierto, mucha pluma suelta y mucho giro brusco de las aves por encima de las cabezas de los feligreses que, como siempre, abarrotan la plaza de San Pedro. Casi se puede escuchar un «¡Oh!» en la plaza. Supongo que los teléfonos echarían humo. Tengo que mirar en Instagram.
Si buscábamos una metáfora, los pájaros vaticanos nos la pusieron en bandeja. Las palomas son los buenos, el cuervo son los malos, y la gaviota… Bueno, yo no quiero decir nada, pero hay un partido español que la tiene como símbolo en su logotipo, aunque siempre se apresuren a aclarar que se trata de un albatros. Es curioso cómo las palomas, en sí mismas, son animales de ciudad más o menos tolerados pero nunca queridos. Algunos las llaman las ratas del aire, y no son pocos los que sienten verdadera repulsión. Muchas ciudades protegen sus edificios con alambres para que no se posen y dejen sus regalos y, de vez en cuando, exterminan buena parte de la superpoblación porque las palomas, a ver, no tienen nada más que hacer. Pero, cuidado, las palomas blancas se salvan del asco general. Las de mago (otras sufridoras) y las de la paz, que son muchas y una sola, como en el caso de Papá Noel. Desde que Noé mandó una paloma tras el diluvio para comprobar si las aguas habían bajado (lo intentó con un mono, pero resultó imposible), y el bicho volvió con una rama de olivo, el símbolo quedó universalmente aceptado. Al menos, en la cultura judeo-cristiana. Estos días me he acordado de los cuervos que sobrevuelan París. Desde sus románticas buhardillas es fácil verlos posándose en las antenas (¿símbolo de la telebasura?). No quisiera relacionar lo del cuervo del Vaticano con la visita (por aquellas fechas, por cierto), del seductor Hollande al Papa de Roma. Una visita fría y sin entendimiento entre las dos partes. Mucho protocolo y nada en común. No quisiera pensar que Hollande trajo desde Francia un cuervo parisino y lo dejó olvidadotras la visita oficial. Igual parece una chorrada, pero seguro que Dan Brown ya lo ha pensado y ha escrito algo sobre el tema. Los símbolos tienen eso, que disparan la imaginación. ¿Qué culpa tendrán las palomas?
«El Berenjenal» en Interviú.
Las paredes hablan
Al menos las de la nueva sede de El Terrat. Nos hemos trasladado al plató, el sitio donde hemos sido más felices, donde hemos fabricado y vivido miles de horas de televisión. Ahí estamos. En las paredes, una parte de nuestro pasado del que hay estar más que orgullosos. En nuestras cabezas (que sacan humo) nuestro futuro. Nos hemos conjurado para tirar hacia adelante, aprovechar nuestra experiencia, estudiar, investigar y apostar por todo lo nuevo y apasionante que todavía está por hacer. Y una señal: unos pájaros han anidado en el techo del plató. Se escuchan perfectamente desde la sala de reuniones. (Adjunto grabación). La vida sigue, la vida empeza cada cinco minutos.
Pajaritos por aquí, pajaritos por allí
Tengo la inmensa suerte de poder vivir en el campo, lejos de la ciudad y en pleno contacto con la naturaleza. Suelo levantarme muy pronto (inexplicablemente) para desayunar y escuchar la banda sonora que me brinda gratuitamente el entorno. Mi debilidad son los pájaros y su delicada sinfonía de reclamos. Nunca algo tan simple me pareció tan bonito. Pero algo ha cambiado.
Desde que el candidato venezolano Maduro desveló que Chávez se había comunicado con él en forma de pajarillo (histórica la recreación del sonido del propio Maduro), estoy en un sinvivir. A ver si lo que yo escucho no son solo unas aves graciosas. ¿Y si me están dando las claves de la política nacional e internacional y yo no me entero?
Últimamente presto más atención, afino el oído, incluso las grabo y las paso a velocidad lenta o hacia atrás. Me siento como Iker Jiménez. Pero nada, no hay manera. Debo decir que hay jilgueros, palomas, gallos, muchas tórtolas y hasta algún búho. Ni rastro de espiritualidad. Algo trastornado y mediatizado, llegué a creer que un graznido grave podía ser el de Juan de Borbón opinando sobre sus polémicos herederos y la tormentosa situación actual en La Zarzuela pero… no. No voy a mentirles. No hay resultados.
Cerré mi campamento de observación y me tomé un café siempre con mi fiel perro al lado. Ayer me dijo: «¿Tú crees que de verdad todos somos iguales ante la ley?». No supe qué contestarle y cambié de tema. Acabamos hablando del Barça, del Papa, de Feijóo, del Rajoy «plasmado» y muchas otras cosas. «Bueno, me voy a trabajar», le dije para concluir. «Vale. Pero recuerda: los animales no hablan», sentenció. Acto seguido se lamió sus propios genitales.
«El Berenjenal» en Interviú.