Un Groucho de plástico preside, puro en mano, las instalaciones de El Terrat. Se diría que está controlando a los trabajadores pero recordemos que es de plástico.
El jefe
Las paredes hablan
Al menos las de la nueva sede de El Terrat. Nos hemos trasladado al plató, el sitio donde hemos sido más felices, donde hemos fabricado y vivido miles de horas de televisión. Ahí estamos. En las paredes, una parte de nuestro pasado del que hay estar más que orgullosos. En nuestras cabezas (que sacan humo) nuestro futuro. Nos hemos conjurado para tirar hacia adelante, aprovechar nuestra experiencia, estudiar, investigar y apostar por todo lo nuevo y apasionante que todavía está por hacer. Y una señal: unos pájaros han anidado en el techo del plató. Se escuchan perfectamente desde la sala de reuniones. (Adjunto grabación). La vida sigue, la vida empeza cada cinco minutos.
La boca
Barcelona, Passeig de Gràcia. En este día lluvioso y desapacible, la boca de metro en obras se convierte en algo amenazante. Se diría que las vallas que protegen a los transeúntes de las incomodidades de la reforma encierran, al mismo tiempo, a un animal peligroso. A la derecha se aprecia un fragmento de la Casa Batlló, que en materia de misterios y apariciones mágicas sabe un rato largo (sin duda Gaudí se quedó a gusto utilizando su iconografía).
Así las cosas, pensé que las ciudades bonitas y luminosas encierran también su lado terrorífico. El metro, sin ir más lejos, es un complejo sistema digestivo de la ciudad. Mecánico y en movimiento. Poblado de miles de personas que se mueven por sus intestinos de cemento. Según esta apreciación paso a rectificar el título inicial. Esto no es una boca. Esto es un culo muy feo por el que salir al exterior exclamando: «¡Vaya mierda!».
«Fotodiario» en El Periódico
Otros «terrats»
Orgullo fálico
A veces, los países se ponen muy masculinos (¿o sería mejor decir machistas?). A pesar de que la Argentina tiene un nombre femenino, su orgullo se concentra en un obelisco fálico y desafiante que parece plantar cara a los oscuros nubarrones que se ciernen sobre él. Pasas por debajo y piensas: «Cómo me caiga ahora el símbolo de la Argentina encima, me mata». Pero nunca pasa, por suerte.
En Barcelona, los franquistas también nos endosaron su obelisco en un cruce de avenidas, pero la gente, tan sabia con retranca, lo bautizó como «el lápiz». Un simple y sencillo lápiz. Así es cómo pasamos a ver el poderoso pene del imperio como un entrañable lápiz con el que escribir nuestra propia historia.
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