Algo ha salido mal en tu operación de cirugía estética cuando ya no te pareces a la persona que eras antes. Una cosa es que quieras pulir esos defectillos, esa arruga maldita, las patas de gallo, un poquito la papada; pero si cuando te quitan la venda de la cara, te preguntas: «¿Quién demonios es esa?» deberían devolverte el dinero y tu cara de antes. Algo así debe estar pensando Renée, que tiene a Hollywood sorprendido, según la prensa elegante, descojonado, según la cruda realidad. Aquella simpática rubia de ojos rasgados se parece ahora a Antonia Sanjuán, como alguien muy acertadamente publicó en Twitter. ¡Le han abierto los ojos!, como en la peli de Amenábar. Ahora tendrá que hacerse fotos nuevas para toda su documentación porque la van a retener en todas las aduanas. Tendrá que cambiar todos los retratos de casa de sus padres. ¡Que disgusto! Tendrá que volver a presentarse a todos su amigos y muchas cosas más. A la mayoría de nosotros nos gustaría vivir varias vidas en el transcurso de una sola. Esto no era posible hasta que Renée y su equipo de cirujanos lo han conseguido. Ya suenan para el próximo Nobel. El premio, no el tabaco.
Whoopi Goldberg es Whoopi Goldberg
En cambio, Whoopi es Whoopi. Es lo que esperas. Mejora lo que esperas porque, cuando la conoces, descubres esa normalidad, esa sensibilidad de artista que lo ha vivido todo pero a la que le sigue interesando todo. Una sabiduría cotidiana que te permite controlar y domar ese caballo desbocado que debe ser la fama a nivel global. Parece que ella lo sabe y administra su impacto. Lo aprovecha para cosas buenas, sin tonterías. Charlamos un rato, me vestí de cura. «¿Cree en los milagros?», le pregunté. «Pues claro. ¡Estoy aquí!». También quise saber si, después de tantos años, ella es capaz de oler el éxito. Si puede saber que algo será un éxito. «Pues no. Lo que puedo notar es si la gente va a ser feliz, si lo va a pasar bien. Creo que con el musical 'Sister Act' la gente va a ser feliz». «Porque, en realidad, el éxito es eso, ¿no? Ser feliz». «Pues sí». Fue un día inolvidable para mí. Le regalé una pequeña reproducción de la Virgen de Montserrat y se emocionó. Por la tarde se compró un colgante con esa imagen en el Paseo de Gracia y me la enseñó. «La llevaré siempre». Después de la función se dirigió uno a uno a todos los componentes de la compañía. Fue cálida y sincera, y les animó sin dorarles la píldora. Ya la echo de menos.
Pequeño paso para Nicolás, un gran paso para la estupidez humana
Estoy fascinado con el caso del chaval que se coló en el PP, que se hizo pasar por representante de la Casa Real y, en general, se la coló a todos. Nicolás, con su pelazo y su cara presuntamente de empanado, es un error del sistema que ya de por sí es un error. ¿En serio que nadie vio nada raro? ¿Han visto a su abogado? Todo, todo, en el caso Nicolás es un prodigio de estulticia, de ambición mal entendida, de protocolos que fallan, de caricatura del poder, de enfermiza vocación por ser quien no se puede ser. Ya sabemos que este nunca fue un país serio, pero, ¡hombre!, que el chaval parece que venga de una boda y no se haya quitado el traje. Seguiré apasionadamente todos los acontecimientos y novedades sobre el tema. Un compañero de instituto dice en un vídeo que «no puede ser que Nicolás actúe solo. No puede hacer todo eso solo, alguien le ayuda». «Tiene alguien dentro», añadía un amigo mío periodista. «¿Dentro de dónde?», digo yo. Inquietante, apasionante, espeluznante, bochornoso. Espera, que me ha salido un Piqueras. Bueno, ansío que ya hayan comprado los derechos para hacer un telefilme. ¿Se pueden comprar los derechos de la vida de una persona? ¡Vaya pregunta! Uno tiene la sensación de que nuestros derechos los hipotecamos hace tiempo. Y el resultado, si no cambian las cosas, va a ser una peli de terror de serie B. De esas en las que se ven los hilos que mueven a los monstruos.
«Memorias en diferido» en Interviú