Se llama Felix Zilinskas y expone en un café cualquiera. Una exposición modesta pero importante. Porque todo lo que le sale a uno de la cabeza es importante y todavía más si sabe darle cuerpo, forma, alma de tinta. Félix, además, estaba en el mismo local volcado literalmente en su pasión como un artesano. No pude evitar acercarme para saludarle. Le sorprendió un poco, cosa que nos confirma que la amabilidad escasea cada vez más. «Solo te quería felicitar». «Gracias».
Hay centenares, miles de dibujantes en todo el mundo, como él. Enamorados de los rotuladores, poetas silenciosos, críticos, ahuyentadores de fantasmas, solitarios que llaman al mundo desde sus universos personales. Hay de divertidos, de oscuros, de apocalípticos, de infantiles, de sarcásticos, de estilizados, de abruptos… Todos merecen mi admiración más sincera y los argumentos no cabrían en estas pocas líneas. Felix, antes de irse, me regaló un dibujo. ¿Quién regala algo hoy en día?
«Fotodiario» en El Periódico