Lo contamos hace poco en el programa: «Un anciano de 91 años cumple el sueño de su vida en Chicago». ¿Saben cuál era ese sueño? Pues salir de su parquin con la marcha atrás y destrozar la puerta. ¡Y lo hizo! Con un copiloto al lado y equipado con un casco, pero lo hizo. Solo unos metros, pero, ¡qué metros! El hombre tenía una gran cara de felicidad, era todo paz (a pesar del piñazo controlado). Sueño cumplido. Como suele decirse, ya puede morirse tranquilo.
Me gusta la gente que tiene sueños realizables, ahí debe salir mi vena más pragmática. Algo que se pueda hacer. ¿Romper una puerta? Venga, vamos. Solo necesitas presupuesto para colocar una nueva. Pero se puede. «Sí, se puede». Eso es un sueño realizable. De lo contrario, los sueños son esa materia abstracta, onírica, tan inasumible como la raya del horizonte en la playa. Nunca llegas y siempre está ahí. Carne de frustración. Puede pasar, claro, que te desanimes y tengas que comprarte una tonelada de libros de autoayuda. De esos en los que la palabra sueño sale en el título de la portada como si eso garantizara unas cuantas ventas. Al día siguiente, mi compañero Bob Pop me manda unas palabras del guionista y director Cristopher Nolan, pronunciadas en la ceremonia de graduación de Princeton. Son estas: «En la gran tradición de estos discursos ante los estudiantes, por lo general alguien dice algo sobre aquello de perseguir tus sueños, pero yo no quiero decirlo… porque no creo en eso. Yo quiero que persigáis la realidad. Siento que, con el tiempo, comenzamos a ver la realidad como la pariente pobre de los sueños… En ese sentido, quiero hacerles notar que nuestros sueños, nuestras realidades virtuales, esas abstracciones que disfrutamos y que nos rodean, son subconjuntos de realidad». ¡Bravo! Perseguir la realidad, que recupere el estatus que perdió a favor de los sueños. Con los sueños no puedes pedir una hipoteca. Bueno, sí. Quizás la pidas y te la den. Con la realidad puede que te la den, pero ojo con no pagar. El sueño se convertirá en pesadilla.
Lo mejor sería tomarse a broma los sueños. (Un consejo que sirve para TODO). Si te los tomas así, les quitas hierro y es mucho más llevadero. Nuestros espectadores nos mandaron vía Twitter algunos de los suyos. El mejor, para mí, era uno en que nuestro comunicante reconocía que el sueño de su vida sería «lavarle el pelo a Julio Iglesias». ¡Bravo! Hablaba de «el pelo», en singular, con lo que no hay problema si el cantante va perdiendo su cabellera, cosa por otro lado normal. Hasta que le quede solo un pelo o dos -como a Filemón-, nuestro espectador tiene tiempo de cumplir su sueño. Todo es hablarlo. Quizás podría ayudarle en esta tarea Risto Mejide. El publicista nos visitó hace poco y a la pregunta de quién era el entrevistado soñado, el más deseado, respondió: «Julio Iglesias». A mí me sorprendió un poco, la verdad. «¿Julio Iglesias?». «Sí, sí. Es el puto amo. Por muchas cosas, la mayoría de ellas no se pueden contar». Bueno, vale. Yo ahí no me meto, es algo muy personal.
Creo que uno tiene que entrevistar a alguien que respete y si puede ser, que admire. Eso es algo que comentó mi amigo Juan Cruz cuando presentamos su último libro, Siempre preguntando, una selección de sus mejores entrevistas en prensa. Más que una presentación, aquello fue una master class. Mi entrevista preferida del libro es la de Onetti, en su casa de Madrid. Juan le conocía bien, le visitaba a a menudo. Lo que lees es una charla, un encuentro, una transcripción tan bien hecha que parece que estés en ese piso, oliendo el tabaco, saboreando los silencios, las dudas, la sabiduría disfrazada de ironía que parece comunicar Onetti en los últimos años de su vida. Juan Cruz sabe hacer muy bien eso. Es uno de los mejores. Cruz pone el espejo delante del entrevistado, controlando su propio ego siempre al servicio del personaje. Lo hace con amabilidad, con una pasión y un oficio que acaban abriendo el alma del interpelado. Y todo eso sin darse importancia, dejando que el otro se explique, se complete. Entrevistar como Juan. Ese sería un buen sueño que, como hemos dicho, resulta inalcanzable. Habrá que conformarse y gozar leyéndolo.
«Memorias en diferido» en Interviú