Tengo la sensación de que, a veces, la palabras se gastan con el uso. Con el mal uso, quizá sería más exacto. Hace poco estuve como invitado en un evento de jóvenes emprendedores. Buena gente. Personas con toda la vida y toda las ganas del mundo por delante. Se organizan, usan las redes para trazar la alianzas y sacar adelante sus proyectos. Me llamaron para hablar de mi experiencia personal en el mundo de las empresas. Entonces pensé que lo mejor sería ser muy sincero, nada convencional y lo menos épico posible. Una actitud que no cotiza demasiado en este mundillo, donde se prodigan los iluminados, los hombres y mujeres hechos a sí mismos (otro concepto gastado) y los powerpoints motivacionales y muy edulcorados. Les dije, solo para empezar, que la palabra emprendedor me parece gastada, que habría que inventar otra o quizá no inventar nada y volver al clásico «buscarse la vida», como ha sido siempre. El lenguaje se gasta cuando se cierne sobre él la sombra de la manipulación interesada. Nuestro sistema actual es muy hábil para esas cosas. Cuando los políticos se llenan la boca con lo de los jóvenes emprendedores, algo huele mal. «Lo primero que tendrían que hacer es no penalizar y coser a impuestos lo de crear una empresa en este país. Este es uno de los sitios más caros para hacerlo». (Aquí hubo aplausos, la espina está clavada y duele). Les seguí hablando de mi realidad, de los miles de jóvenes como ellos que han tenido que irse del país porque esto es un páramo, de lo farragoso y desagradecido que supone, la mayoría de veces, seguir en pie, buscar oportunidades e intentar ganar algo digno. Y más ahora. Puestos hablar de la maldita crisis actual, les pregunté qué habían aprendido y cómo iban a aplicarlo. «El mundo que conocíamos y sufríamos se está desmoronando. Vosotros vais a construir el nuevo y sería bueno que nos pudiéramos sentir más orgullosos. Que las empresas tuvieran una conciencia ética digna, compatible con su ambición. Que la codicia no lo justificara todo y que la justicia social no fuera una rareza en vuestros idearios». No me tiraron el cubata a la cabeza, por lo que deduzco que no sentó mal.
Esteso se emociona cuando habla de teatro
Fernando Esteso ha sido uno de los mejores invitados que nos ha visitado últimamente. Venía para hablar de «Torrente 5», la película que no necesita promoción. El actor estuvo cariñoso, simpático, lúcido y se puso al público en el bolsillo. Al acabar, lo felicité sinceramente y puedo decirles que eso no es algo que haga habitualmente. El cómico, que lo fue todo en su momento, habla del pasado y se le ilumina la cara. En un momento dado, se refirió a una obra de teatro, «La extraña pareja», que hizo con Pajares en 1985. «Mira, se me pone la piel de gallina». Miré su brazo y era verdad, se le erizaba la piel. Reparé sobre eso con el público. Sobre cómo un hombre de 69 años se emociona recordando el teatro, la experiencia escénica de darlo todo ante los espectadores. Un arte, el teatro, que tenemos frito a IVA, siempre bajo la sospecha, el menosprecio y la interesada devaluación de los gobiernos. Mira, me salió así.
El virus de la desinformación
Está costando encontrar una información centrada y veraz sobre el ébola y su repercusión en España. Lo de la «pandemia» está sacando lo peor de la prensa, con portadas vergonzosas, especiales alarmistas o versiones culpabilizadoras que dan un poco de asco. Los responsables políticos tampoco se quedan atrás. Ni las medidas de precaución, ni las comparecencias oficiales o algunos debates ciudadanos. Hablábamos con los compañeros de cómo incorporar todo eso a la comedia y decidimos que, de momento, no había manera. «Hacemos un programa de humor», nos repetimos como un mantra. «Bendito humor», añado yo. Y muy necesario.
«Memorias en diferido» en Interviú