Tengo la inmensa suerte de poder vivir en el campo, lejos de la ciudad y en pleno contacto con la naturaleza. Suelo levantarme muy pronto (inexplicablemente) para desayunar y escuchar la banda sonora que me brinda gratuitamente el entorno. Mi debilidad son los pájaros y su delicada sinfonía de reclamos. Nunca algo tan simple me pareció tan bonito. Pero algo ha cambiado.
Desde que el candidato venezolano Maduro desveló que Chávez se había comunicado con él en forma de pajarillo (histórica la recreación del sonido del propio Maduro), estoy en un sinvivir. A ver si lo que yo escucho no son solo unas aves graciosas. ¿Y si me están dando las claves de la política nacional e internacional y yo no me entero?
Últimamente presto más atención, afino el oído, incluso las grabo y las paso a velocidad lenta o hacia atrás. Me siento como Iker Jiménez. Pero nada, no hay manera. Debo decir que hay jilgueros, palomas, gallos, muchas tórtolas y hasta algún búho. Ni rastro de espiritualidad. Algo trastornado y mediatizado, llegué a creer que un graznido grave podía ser el de Juan de Borbón opinando sobre sus polémicos herederos y la tormentosa situación actual en La Zarzuela pero… no. No voy a mentirles. No hay resultados.
Cerré mi campamento de observación y me tomé un café siempre con mi fiel perro al lado. Ayer me dijo: «¿Tú crees que de verdad todos somos iguales ante la ley?». No supe qué contestarle y cambié de tema. Acabamos hablando del Barça, del Papa, de Feijóo, del Rajoy «plasmado» y muchas otras cosas. «Bueno, me voy a trabajar», le dije para concluir. «Vale. Pero recuerda: los animales no hablan», sentenció. Acto seguido se lamió sus propios genitales.
«El Berenjenal» en Interviú.