Es que no me lo puedo quitar de la cabeza. Mira que uno está acostumbrado a manejar la actualidad, como el cocinero que va al mercado para decidir qué llevar a los fogones. Cada día pasan cientos de imágenes y textos por delante de nuestros ojos, pero lo de las palomas del Vaticano me dejó roto. Pasó un domingo (el día del Señor, en mayúsculas) después del Ángelus. El papa Francisco lanzó uno de sus mensajes/deseo, en esta ocasión dedicado a la conflictiva Ucrania. Pidió respeto y diálogo (algo que también nos vendría bien en España, ¿no?) y lo rubricó con un ejercicio de simbolismo marca de la casa: liberó dos palomas dando por sentado que el mundo entendería que se trataba de las palomas de la paz. Hasta aquí, todo bien. Lo duro vino después. Una escena que parece sacada del programaImpacto total, muy de desgracias inesperadas. Resulta que una gaviota primero y un cuervo después se abalanzaron sobre las pobres palomas, en un combate aéreo que, según algún rotativo, «se interpretó por los asistentes como una lucha entre el bien y el mal». ¡Toma ya! Se desconoce el desenlace, pero las fotos parecen del National Geographic. Mucho pico abierto, mucha pluma suelta y mucho giro brusco de las aves por encima de las cabezas de los feligreses que, como siempre, abarrotan la plaza de San Pedro. Casi se puede escuchar un «¡Oh!» en la plaza. Supongo que los teléfonos echarían humo. Tengo que mirar en Instagram.
Si buscábamos una metáfora, los pájaros vaticanos nos la pusieron en bandeja. Las palomas son los buenos, el cuervo son los malos, y la gaviota… Bueno, yo no quiero decir nada, pero hay un partido español que la tiene como símbolo en su logotipo, aunque siempre se apresuren a aclarar que se trata de un albatros. Es curioso cómo las palomas, en sí mismas, son animales de ciudad más o menos tolerados pero nunca queridos. Algunos las llaman las ratas del aire, y no son pocos los que sienten verdadera repulsión. Muchas ciudades protegen sus edificios con alambres para que no se posen y dejen sus regalos y, de vez en cuando, exterminan buena parte de la superpoblación porque las palomas, a ver, no tienen nada más que hacer. Pero, cuidado, las palomas blancas se salvan del asco general. Las de mago (otras sufridoras) y las de la paz, que son muchas y una sola, como en el caso de Papá Noel. Desde que Noé mandó una paloma tras el diluvio para comprobar si las aguas habían bajado (lo intentó con un mono, pero resultó imposible), y el bicho volvió con una rama de olivo, el símbolo quedó universalmente aceptado. Al menos, en la cultura judeo-cristiana. Estos días me he acordado de los cuervos que sobrevuelan París. Desde sus románticas buhardillas es fácil verlos posándose en las antenas (¿símbolo de la telebasura?). No quisiera relacionar lo del cuervo del Vaticano con la visita (por aquellas fechas, por cierto), del seductor Hollande al Papa de Roma. Una visita fría y sin entendimiento entre las dos partes. Mucho protocolo y nada en común. No quisiera pensar que Hollande trajo desde Francia un cuervo parisino y lo dejó olvidadotras la visita oficial. Igual parece una chorrada, pero seguro que Dan Brown ya lo ha pensado y ha escrito algo sobre el tema. Los símbolos tienen eso, que disparan la imaginación. ¿Qué culpa tendrán las palomas?
«El Berenjenal» en Interviú.