Otro parecido irrazonable. Si José María Iñigo se adelgazara 72 kilos, aprendiera a cantar en inglés y a componer himnos generacionales de los años 90, sería clavado al mítico Michael Stipe de REM. El norteamericano de mirada lánguida, desde que perdió su pelo, va probando diversos aspectos. Un día se dejó crecer el bigote.
Losing my pelo
On
Ya empieza a arrancar el motor de BFN, aunque tardaremos algunos días más en salir al aire. Ya llegan poco a poco los miembros del programa. Algunos luciendo moreno de verano, con esa tendencia que te coge a minimizar: «pse, cuatro días que he ido a la playa. Yo es que me pongo moreno muy rápido». Otros vuelven más blancos. Quizás sea el impacto de imaginarse de nuevo ante esa temporada inmensa que llega hasta… ¡EL PRÓXIMO MES DE JULIO! Sea como sea, poco a poco y con buen humor (vivimos básicamente de eso).
Se avecinan buenos y apasionantes cambios en el programa. Más de una novedad y las ganas de salir a navegar cada noche con nuestra mesa de madera que nos permite seguir a flote por sexta temporada. Todo eso, a pesar de esa crisis que todo lo mancha como un chapapote anímico y que deja a la gente con cara de pocos amigos. Ahora, más que nunca, la comedia se convierte en la tabla de salvación. Por eso tenemos ganas de volver y ya nos reunimos, y tomamos cafés y nos mandamos correos con chorradas y nos enseñamos las fotos en el iPhone, quien lo tenga. Como dice un miembro de El Terrat cuando volvemos de vacaciones: «Ya está. Ya ha pasado todo. Tranquilos que ya estamos todos juntos.»
El maestro da el golpe
Mientras otros presentadores se mudan a Los Angeles para sus programas en horario de late show, el maestro David Letterman sigue fiel a sus orígenes y no se mueve de su New York y hasta da el golpe cuando quiere. Hace poco invitó a Paul McCartney para que tocara una canción en la marquesina del Ed Sullivan Theatre, desde donde Letterman emite su programa. Ahí queda eso.
Nuestro Man of the moon
Hace tiempo que dije en una entrevista que la televisión en España no puede permitirse el lujo de tener a Jesús Hermida en su casa como si tal cosa. Hermida es televisión en estado puro. El referente, el primer gran comunicador que, desde el periodismo, nos demuestra como puede dignificarse el medio. Por eso, su ausencia, es una prueba evidente de la pobreza de la televisión en España.
Y por eso me senté ayer a ver su programa conmemorativo del cuarenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Fue todo lo que esperaba como fan: Hermida hablando mientras andaba por el plató, con las palabras justas, la amabilidad, la cercanía y ese punto de lirismo un poco épico, un poco escéptico, tan marca de la casa. De su casa. Porque la tele es «su casa». En aquel lejano 1969, Hermida era el más moderno de un país con boina que no sabía como salir de la dictadura.
Por aquel entonces, él era un periodista destacado en Estados Unidos y retransmitió el histórico aterrizaje del «Eagle» que mantuvo en vilo a todo un país. Todavía no había audímetros ni maldita falta que hacían. Hay gente que cree que él iba en la nave. Así de tontos éramos y así de injustos seguimos. Porque, insisto, si este hombre no se merece tener un programa que baje el Dios de la tele (que debe ser italiano) y lo vea. Fue un placer y un honor colaborar con mi modestísimo testimonio en el especial que co-dirigió mi amigo Aberto Maeso.
No sé si el hombre llegó a la luna o fue un montaje. Lo que si está claro es que Hermida abrió la puerta del mundo y del universo para España que, como no podía ser de otra manera, lo vio en blanco y negro. Y, de alguna manera, así seguimos.
Un buen momento
Viene Chiquito. Risa Garantizada. Me reitero y amplío: «Los demás envejecemos, pero Chiquito sigue igual. Igual, no, MEJOR.
A disfrutar…