El cartel lo deja muy claro, así que luego no vale hacerse el sorprendido una vez hemos entrado en el local. Es un rótulo honesto, que va de cara, que dice lo que hay. «Hay ranas». Estamos en la calle Corrientes de Buenos Aires y el calor aprieta en pleno mes de noviembre. Estamos en «su» verano, algo que los europeos no podemos entender aunque finjamos (en realidad, hay muchas cosas que no podemos entender, empezando por lo de «ser europeos»).
El caso es que me quedé un buen rato observando esta información. ¿Se trataba de una problema grave de humedad? ¿Habrá deshumidificadores en Argentina? El bochorno emborronaba mi pensamiento. Tardé un poco en asociar el cartel de «Hay ranas», con el del «Restaurante». ¡Claro! La especialidad de la casa son las ranas. «Qué listo soy, joder». Me pareció un poco raro, hasta que pensé que en Catalunya cocinamos caracoles. «¿Quiere entrar?», me preguntó al fin un camarero. «No, gracias. Ya he comido». Mentí.
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