Normalmente se formularía al revés: «el éxito sonríe a Marc Márquez». Pero el de Cervera le ha dado la vuelta al tópico. Le ha dado la vuelta a todo. Ha girado como un calcetín la lista de favoritos y estrellas en el mundo acelerado de las motos y ahora él es el jefe. También ha cambiado la cara del triunfo, la actitud. Cuando estábamos cansados de campeones con cara de «misteriosos», haciendo el papel de héroes, un poco oscuros y con poca empatía, llega un chaval de Cervera de veintiún años y se descojona literalmente de todo eso. Ahí está una de sus grandes armas: la alegría, el placer de correr, un gamberrismo sano. Y , claro, se ha puesto a todo el mundo en el bolsillo de su mono de trabajo. Creo que hay Márquez para rato, algunos ya lo llaman el Messi de las motos. Espero que solo se refieran al aspecto deportivo. Seguro que sí. Lo de Marc es otro triunfo de la gente normal, bien rodeada y con los pies en el suelo. Unos pies que solo despega un rato cuando se sube en la moto para delirio de sus fans. ¡Enhorabuena!
Soñar sigue siendo gratis y alucinógeno
Al menos hasta el momento, pero todo se andará. Soñar es ese momento en el que estamos más locos de lo normal y además, no podemos controlarlo. Unas veces lo recordamos al despertarnos, otras no. Otra locura errática y aleatoria. Soñar es la venganza de la razón. El caso es que hace unos días pedimos en el programa a nuestros espectadores que nos contaran alguno de sus sueños. Nos quedamos impresionados. Podría transcribirlos todos, pero me decanto por uno: «soñé que era Murcia», nos dijo alguien. Mira que he escuchado sueños raros, curiosos, oscuros, surrealistas, lúbricos, presuntamente premonitorios y demás, pero JAMÁS, nunca nadie, me contó que soñara ser una ciudad. O una comunidad entera, que me he quedado con la duda. Acabó el programa y seguimos comentando el tema. «¿No os habéis quedado muy rotos, con lo del que soñó que era Murcia?». Efectivamente. Que alguien quiera ser una ciudad, es tan mágico y sorprendente como inquietante. Espero que no tenga ninguna lectura política. Mira Fabra: quería ser Castellón entero y ya ves como ha acabado. Hasta se construyó un aeropuerto por si le apetecía ser otro territorio. Podría salir volando. El plan parecía perfecto.
Menos mal que tenemos a Leo Bassi
Estaba un servidor bajando al plató y pasé por el camerino de invitados. Allí estaba Leo Bassi vistiéndose en silencio y en penumbra antes de su aparición en el show. Solo fue un segundo pero aquella imagen me sugirió lo siguiente: Leo Bassi es «el ofício de cómico, de bufón. Es la encarnación, todo nuestro gremio se resume en él». Luego, por supuesto, lo confirmó una noche más. Le recordé que, en 2004, cuando empezó a airear y a mofarse de las miserias de la política, muchos le llamaban incendiario, provocador y antisistema. (Eso era exactamente lo que buscaba). Ahora, diez años después, el guión de la realidad le ha adelantado por la derecha, le ha desbordado. A él y a todos nosotros que seguimos atónitos ante el desfile de choriceo y tarjetas black. Con el gorro de su bisabuelo payaso en la cabeza, Leo sabe poner el dedo en la llaga, pero siempre desde su oficio de bufón. Su nariz de payaso es el punto que señala exactamente el sitio donde debe estar, en mitad de esta vida desordenada, caótica y sin mapas. Es su geolocalizador. Hay algo terapéutico, poético y liberador en su trabajo. Cuando derrama dos jarras de miel sobre su cuerpo, nos emocionamos. «¡Quiero ser dulce!» gritaba. Y el público se puso en pie. Bassi es inimitable, es un desagüe, un incendio controlado, una patada en los huevos que no hace daño, una colleja sorda, un pato de goma gigante, un Papa que baila… Menos mal que existe.
«Memorias en diferido» en Interviú