No sé si podré explicar lo feliz que me siento después de los Goya, a pesar de que me «mataron» en la última escena de la gala. Es una sensación de plenitud, de felicidad, de esfuerzo justificado y superado con creces. Presentar la gala de los Goya, sólo conlleva riesgos. Puede que salga mal o puede que salga bien. Es una moneda al aire que cae a cámara lenta, con todo el cine español y los espectadores de televisión como notarios. Una vez aceptas eso, al lío. Y ahí que nos metimos. Eso sí: con un equipazo Terrat que puedo decir sin sonrojarme, es el mejor de la televisión en España. Seguro.
Más dificultades: cuadrar lo que tú tienes en la cabeza con la Academia de Cine que es la que te encarga el trabajo y TVE que es la que facilita los medios. ¿Difícil? No, lo siguiente. Una carambola llena de riesgos. Pero la carambola salió bien. A base de trabajo (muchísimo), complicidades, pasión, ganas y ese intangible de emoción y excepcionalidad que tienen los Premios Goya. Estoy orgulloso del equilibrio, del temple y el buen rollo que supimos dar delante y detrás de las cámaras. Respetando a todo el mundo, olvidando pequeñas estupideces o temores y potenciando el objetivo común: una gala sóbria, moderna, divertida y reunificadora.
Muchas gracias a todos por el apoyo y los elogios sinceros. La lista de agradecimientos es larguísima. Tengo la impresión de que (a pesar de currar cada noche durante los últimos años), he dado un paso muy importante en mi carrera. Y no lo he dado solo. Me ha acompañado un montón de gente. Siempre pienso que la carrera de un artista es algo colectivo que luego defiendes tu mismo en solitario. En noches como las del domingo, volví a confirmarlo. Estoy más vivo que nunca, a pesar del balazo en el costado. La magia del cine…