Resulta difícil determinar cuándo algo ha dejado de tener sentido, cuando algo nos ha dado todo lo que tenía que darnos y hay que revelarlo y agradecerle los servicios prestados. Creo que, en el caso de este oso gigante de peluche de una conocida cadena de tiendas, tenemos la prueba evidente (que no viviente). Lo que en un principio fue un reclamo imaginativo, ahora es una relíquia de tiempos quizás mejores. El oso ya no es lo que era. Le cortaron las uñas, se ha hecho miles de fotos, apenas se distingue su mirada y resiste atado por la cintura sobre una plataforma con ruedecitas. Cada mañana lo sacan, cada noche lo vuelven a meter. Si pudiera hablar, diría: «Yo ya estaría ¿no?».
«Fotodiario» en El Periódico