Los perros son adorables, vale, pero con sus juguetes no tienen sentimientos. Este pato de goma (o lo que queda de él) es una prueba irrefutable. Mel, el perro, es su dueño y señor. Lo muerde y lo lanza al aire cuando quiere y como quiere. Luego lo deja abandonado. Los ojos del ser verde y de piel cuarteada son todo un poema. Es como si pensara: «Puede venir en cualquier momento…» Ah, además le falta una ala, así que, aunque quisiera, no podría salir volando. Todo muy cruel.
«Fotodiario» en El Periódico