Lo de que Woody Allen ruede en Barcelona su última película, es una lotería que nos ha tocado. No puedo entender las voces críticas al respecto. Me parece de un localismo irritante y mal interpretado, cualquier argumento (ironía y humor a parte) que se enarbole contra el genio de Nueva York. Woody Allen es, sencillamente, irrepetible. Único.
¿Qué vale dinero? Pues claro que vale dinero. Yo firmo dónde sea para que una parte de mis impuestos sirvan para patrocinar movidas como esta. Que nos ponen en el mapa. Que suben la frágil autoestima catalana. Es como si no supiéramos disfrutar con nada, por bueno que sea. Por supuesto que algún político se ha apuntado al sarao y que abundan los que sacan pecho en las fotos. Allá cada uno con su ética y su vergüenza, pero nada de eso resta el más mínimo ápice de importancia al hecho de que en cualquier momento puedas encontrarte con Woody Allen en Barcelona.
Cabe recordar que ésta es la ciudad del mundo que, proporcionalmente, consume más películas de Woody. Así que vamos a intentar dejar de decir tonterías y conseguir el móvil de Scarlet Johanson. ¿O es que se va ir pensando que no nos gusta su presencia?