El equipo del programa nos reunimos en el restaurante Tres Chiles de Barcelona, para vivir la noche del gag más grande de la historia. (O el que ha llegado más lejos). Cervezas, margaritas, risas y una expectación digna de unos Juegos Olímpicos. ¡Qué grande Andorra!
La ovación se escuchó en toda la ciudad. Berto nos iba contando desde el Arena de Belgrado. Y salió Rodolfo. Y, yo diría, que cantó muy bien. Y empezaron a llegar los mensajes de los amigos que sí han entendido y disfrutado la broma. Y que nos felicitaban con la sinceridad y la complicidad de las grandes ocasiones. Gracias. Fue muy emocionante. Luego, lo de siempre: los países se votan en función de sus afinidades y ya está. ¡Qué contento estaba el ruso!
Por la tarde, me negué a hacer una entrevista con El País que, francamente, me ha caído de la gracia. La semana de goteo con mala leche contra el fenómeno, me ha hecho ver que la verdadera censura la marcan las empresas. «De esto no se habla o se habla mal». Y así lo hicieron. Muy en la línea de la gente de la calle, por cierto. La gente quedó como hacía años, para ver el festival por la tele y reír y disfrutar.
En general no quise escuchar nada, ni leer nada. Ahora, todos los «pensadores» del mundo de los columnistas, recomiendan que Rodolfo tenga una muerte de leyenda. Rápida e inmediata. Bueno, pues que sepan que vamos a hacer lo que nos dé la gana, siguiendo únicamente nuestro olfato y nuestra experiencia. Siempre lo hemos hecho así. Me quedo con lo mejor: ese Rodolfo tocando los primeros compases de su guitarra de plástico, mientras abajo -en el ángulo izquierdo de la pantalla-, ponía España.