Yo creo que este sarampión social que estamos pasando en Catalunya con todos los escándalos de corrupción aireados, va a resultar beneficioso. Primero cabrea comprobar (era vox populi) que unos cuantos listos han tirado de sus contactos otorgados por las urnas, para enriquecerse ilícitamente. Pero, luego, piensas que es bueno que se sepa. Que se levante la alfombra (a menudo con forma de senyera) y se desenmascare a la burguesía disfrazada de falsos salvadores de la patria. Y aquí no valen partidos, porque me temo que en todas las sedes cuecen habas y tiene que haber unos cientos de culos apretados por todas partes en estos momentos. Pues porque no hacían las cosas bien.
Las banderas, si es que tienen que existir, solo representan a la gente honrada que curra cada día, vive con lo que tiene y mantiene la codicia a ralla. La pasta. Siempre la pasta. ¿Nos damos cuenta de cómo el dinero acaba arruinándolo todo? Hasta las causas más nobles. Da la impresión de que está saliendo a flote toda la porquería generada por la burbuja inmobiliaria de marras, de aquel naufragio, estos lodos. Arribistas, alcaldes de mano larga, prohombres de la cultura con coches de lujo y demás fauna que está siendo detectada y juzgada.
Lo siento, pero no puedo estar apenado. Ya sabemos que hay más y quizás no los pillen. Pero, como dice mi madre: «las cosas mal hechas siempre están mal hechas». Una especie de maldición según la cual, si eres una mala persona, la vida te pasará factura. En Catalunya, en Alburquerque, en Costa de Marfil y en la Conchinchina.