Uno de los invitados que más nos han sorprendido últimamente ha sido Eduardo Gómez, ese icono de la comedia vecinal, ese actor intemporal que bien podría haber nacido hace cien años, trescientos o la semana pasada. Un hombre al que quiere todo el mundo y que cuando abre la boca ya te ríes. Diga lo que diga, cosa que le jode un poco porque «a veces no quiero ser gracioso, pero se ríen igual». Gómez llamó una noche a una de nuestras secciones en directo donde contactamos con los espectadores por el mero gusto de hablar. Se coló por sorpresa y nos gustó tanto que le invitamos unos días después. Y así fue. El actor tiene un discurso desmitificador sin complejos. Le importa un pimiento la fama y ya se ha bajado del tren de La que se avecina porque «estaba cansado física y psicológicamente». Lo mejor vino cuando le pregunté qué esperaba del futuro. «Mira, yo lo que quiero es estar en el sofá de mi casa en la Costa del Sol e ir recibiendo guiones y mandarlos a la mierda tirándolos por la ventana. De momento, solo tengo el sofá». No se me ocurre otra manera más nihilista y mediterránea de encarar lo que está por llegar. Hagan el favor de dejar tranquilo a este señor, disfrutar de su presencia y ofrézcanle papeles a su altura, que es mucha. Ahora que, por lo que parece, vuelven a estar de moda las comedias, puede que llegue el gran momento de Gómez. Mándenle un guion.
La corrupción: ese gran guión
No hay noche en la que nuestro programa no incluya algo sobre la corrupción. De hecho, ahora empiezo siempre diciendo «corrupciones y buenas noches». Un homenaje a Sandro Rey y su «bendiciones y buenas noches». La corrupción se ha convertido en el gran filón del que ir a sacar la materia prima para el guion humorístico. Una triste realidad (¿marca España?) sirve para una divertida parodia. Así está el patio y no parece que vaya a ir remitiendo, más bien al contrario. Abundan los mensajes en las redes que nos dicen «menos mal que dais la vuelta a tanta porquería para que nos riamos». Pues sí, al menos lo intentamos. Pero es que no tenemos otra elección. A veces nos preguntamos si no estaremos abusando, y a pesar de ser conscientes de que somos los más imperfectos del planeta, algo nos empuja a sacar esos trapos sucios (que nos afectan a todos) y ejecutar la terapéutica misión de reducirlos a broma públicamente. Es una manera inofensiva de desahogarnos. Luego hay otra, que sería no olvidarse de toda esta podredumbre en las próximas elecciones, pero hay pruebas desconcertantes en el pasado de que la gente no se acuerda en ese momento decisivo y vuelve a votar a los de siempre. ¿Sucederá de nuevo?
Algo se muere en la comedia cuando una terrateniente se va
La duquesa de Alba ha muerto a los 88 años de edad y, en estos momentos, todos los guionistas de humor están cerrando la carpeta con su nombre, que tantos chistes de gloria nos ha facilitado en el transcurso del último siglo. Es una especie de acto de caballerosidad que tiene una duración indefinida. Ya saben, lo de «tragedia más tiempo, igual a comedia». Pasado este paréntesis (cada vez son más cortos), quizás volvamos al enorme filón que proporciona la figura de Cayetana, su esponjoso pelo y su indescifrable hablar. «Aristócrata con vocación de bohemia». Me encanta esta definición. Los humoristas, pues, damos un pequeño paso a un lado, pero los periodistas y comunicadores serios se deshacen en elogios y programas especiales. Todo esto, en el país con la tasa de paro más alta de Europa y donde cada vez hay más gente que no puede pagar la calefacción este invierno. El mundo, desgraciadamente, es así. ¡Olé!
«Memorias en diferido» en Interviú