La cosa es así de sencilla: cada vez que Pablo Carbonell edita un disco con sus canciones, no paro hasta conseguirlo y lo escucho del tirón. Me pasa con muy pocos artistas.
Nuestro hombre ha aterrizado hace poco en Twitter (@Carbonellsg) y fue, siguiéndolo, como me enteré de que acababa de editar «Canciones de cerca». Se lo dije y él que es tan amable me lo mandó. ¡Que ilusión me hizo, oye! Me lo puse en el coche (el sitio donde mejor escucho la música) y empecé a disfrutar. Subí el volumen, subí el aire acondicionado y subió mi ánimo.
Carbonell me hace reír, me gusta como compone y no deja de sorprenderme ese estilo poético/ surrealista/ lisérgico/ chirigotero/ rock/ cantautor que practica. Nadie se parece a él y ahí es donde empieza a explicarse su genialidad. Carbonell es un oasis, un gin tonic en un chiringuito, un arroz (un atún), una siesta en mitad de una reunión, una mujer bonita… Cuando todo el mundo se queja, Pablo se divierte y dispara flores desde la trinchera de su inteligencia. Ojalá hubiera más como él.