Querido doctor: la otra noche estaba leyéndole un cuento a mi ahijado Jan, con el noble fin de que se durmiera. Lo que pasó es que el que se quedó frito fui yo. El niño debía conformarse con los dibujos (muy buenos por cierto), de un piloto que atraviesa el triángulo de las Bermudas con su avión. Era tal el sopor que me entró (no por culpa del cuento) que, hacia la mitad, decidí darlo por terminado. ¿Y ahora que hacemos? preguntó Jan. Pues ahora nos esperamos hasta mañana. Vamos a dormir y el del cuento también, que ha cruzado medio pacífico. Vale. Vale.
¿No habíamos quedado, querido doctor, que con la edad perdías sueño? Para mi no es ningún problema, porque me encanta dormir. De hecho, no sé porque le escribo, ya que no le conozco. Perdone. Igual se trataba de un sueño. Lo de «querido» es que soy cariñoso.