Un día recibí el libro de Pau García-Milà con una cariñosa dedicatoria. Me sorprendió. El cariño o la amabilidad no «cotizan» en este mundo, donde parece que todos lo saben todo y se desconfía siempre de los demás.
«Un chaval majo», pensé. Y le invité a un café para decirle que quería hacer algo con él, apoyarle sin prejuicios en algo nuevo que tuviera en la cabeza. Quería hacerlo por placer, porque descubrir es mi vicio y apostar, una parte vital de mi manera de ser. Lo viejo me aburre, lo nuevo me emociona.
Fue entonces cuando Pau me explicó el proyecto Bananity y me quedé boquiabierto. Pienso que este chaval y su equipazo, podrían estar perfectamente en Sillicon Valley, en Estados Unidos, codeándose con la elite. Pero no. Él prefiere quedarse aquí (a pesar de «todo») y desplegar su contagiosa creatividad para todo el mundo. Es una nueva generación que entiende lo global como nadie, que toca con los pies en el suelo pero que lucha por sus sueños. Por eso me he apuntado a Bananity.
«Me vais a enseñar más vosotros a mi, que yo a vosotros», le he dicho. Y lo creo. La nueva red social nace para compartir emociones, amores y odios. Sin acritud, sin ligoteo, preservando la intimidad y explorando en los gustos colectivos de este mundo en permanente transformación. Se buscan y se encuentran afinidades y se potencia la suma de personas parecidas. Porque hay muchos «Paus» en el mundo. Se trata de encontrarlos. Yo encontré el mío y estoy encantado. ¿Un plátano?