Cinco horas de coche para «cargar pilas». Viajar a Donosti para visitar a Karlos Arguiñano y comprobar, una vez más, la vitalidad de este referente. Comer, charlar y volver con un cartón de huevos, un libro de recetas y muchas ganas de seguir disfrutando de lo que mejor sabemos hacer.
Hablamos poco pero lo entendemos todo. Javier siempre está ahi, en su caos preparado, en su incorrección endémica. Javier Coronas siempre parece que está volviendo a casa después de un largo día pero, en realidad, está a punto de darlo todo con una generosidad que ya no se lleva.
Comediante por naturaleza, escéptico de manual, harto de imposturas y dignificador del exabrupto. Este señor es mi amigo. Vive en otro mundo más auténtico que el nuestro y viene una vez a la semana para recordárnoslo.
Siempre decimos que hay que saber reírse de uno mismo como si eso fuera fácil. No lo es ni mucho menos. El pudor, la autoestima, esa tendencia de estar a la defensiva o vete tú a saber qué otros resortes, actúan como frenos y lo hacen muy difícil a veces contra nuestra voluntad.
Aunque finjamos que sí, que somos tolerantes y autoparódicos, a menudo no lo somos. Por eso, cuando Ferran Adrià aceptó entrar en el juego de sorprenderme, de venir a Madrid en plena pandemia para entrar al trapo, me demostró (otra vez) su grandeza. Sabía que yo le parodiaba y no le importó. «Mira lo cabreado que estoy», decía sonriendo. Y yo, como cómico un poco cobarde que soy, me quedé en paz.
Los cómicos nos desatamos trabajando pero nos cortamos ante los parodiados. Es así. De lo contrario estaríamos locos, rayando la psicopatía.
Adrià puso todas las piezas en su sitio. Restableció el orden, justificó la comedia, me dió paz y alas. Por eso es uno de los más grandes que he conocido. «¿Shalha o shopa?»
Lo pensé un par de semanas antes. Le pregunté a Bob si le importaba que, en su última aparición de la temporada, fuera yo el que ocupara su sitio. Dijo que no, que cómo le iba a importar. Y ahí es cuando me animé a hacer lo que hice. Porque me lo pedía el cuerpo, el corazón y la cabeza. Porque soy de celebrar cuando las cosas van bien, de agradecer cuando alguien se lo merece tanto…
Lo escribí un par de días antes y, curiosamente, no estuve nada nervioso a pesar de que me salía de mi registro habitual, de mi tono. Todo lo que vino después ha sido muy bonito. Y sí, la verdad y la risa cuando se suman son imbatibles.