Pepe Rubianes sigue siendo uno de los personajes más queridos y recordados de Catalunya. No importa que, desgraciadamente, nos dejará hace unos años. El cariño sigue ahí. Se acumula, duele su ausencia.
El pasado domingo tuvimos el honor de asistir a la inauguración de su calle en la Barceloneta. Un «pedazo de calle, nene» que diría él. El Rubianes descreído y sardónico al que todo «se la pelaba», aunque no fuera cierto del todo. También era sentimental, cariñoso y con un alma de bufón pegada a la calle, la oreja siempre puesta en el sentido común y la verdad de la gente que él amplificaba a su manera, con sus maneras.
Hizo del exabrupto (siempre merecido por sus destinatarios) un arte. Hizo poesía surrealista, viajó como un loco, se inventó vidas y lo contó desde los escenarios para deleite de las masas. Las masas buenas. Las críticas y libres que no tragan con el sistema. El se encargaba de desenmascararlo función a función. Era un género en si mismo. Ese Pepe paseante urbano, estaría encantado con su calle. Porque se la merece. Así lo sentíamos todos durante el acto. Uno de los más bonitos y a la vez tristes que me ha tocado vivir. Al lado del mar. Con un sol que nos derretía, como si el propio Rubianes dijera «ya os traigo yo la primavera, mamones. Que no sabéis hacer nada sin mi». Y tendría razón…