Quizás me he hecho mayor, pero me gusta mucho la tele que hacemos como hemos vuelto (aunque no se ha visto todo), como amamos el oficio y, por consiguiente, nos exigimos y nos retamos a nosotros mismos. Es lo que se llama «respetar al espectador». Cada vez me gusta más lo mío y menos lo de los demás. Y no es una sensación agradable.
No puedo entender como proliferan y se multiplican los espacios de cotilleos que siguen y siguen ahondando en las miserias gastadas y podridas de los alcaldes chorizos, las tonadilleras, las vedettes ancianas y todo ese ejército de los «sinofícionibebefício». Mañana, tarde, noche y madrugada. Son como setas tóxicas. Espacios baratos de mercadeo y pornografía social. Siempre parece el mismo, pero peor. Pura idiotez vacía. Ruído en colores. No. Esa no es la tele que mamé, ni la que me gusta.
Nosotros a lo nuestro. Esta va a ser una buena temporada. Pero sólo me ciño a mi programa que cada vez me gusta más. Espero que sea recíproco.