Catalunya

Martes, 10 de septiembre de 2013

Si todo va como está previsto, miles de personas formarán una cadena humana que recorrerá todo el territorio catalán el próximo 11 de septiembre. Son personas que quieren la independencia de Cataluña. Por mucho que se hable del «derecho a decidir» y de referéndums. Son eufemismos y los que vivimos aquí lo sabemos. La cadena la integrarán ciudadanos que no creen en un futuro dentro del Estado español por muchas y acumuladas razones que hay que respetar pero, sobre todo, no hay que menospreciar. En ningún caso.

Se equivocan aquellos que lo atribuyen a una minoría, los que lo tildan de «algarabía», los que quieren enmarcarlo en una locura, una quimera o una provocación. Seguramente conocerán el fantástico éxito literario «Victus», de Albert Sánchez Piñol, basado en el asedio de Barcelona en 1714. Uno de los mejores libros de los últimos años. Pierdan cinco minutos y lean o escuchen a su autor. Un hombre sensato, listo, enamorado de la historia, frío y muy fino leyendo esta extraordinaria situación actual. Le preguntaron que opinaba del posicionamiento de los políticos catalanes ante el proceso de independencia. Contestó que «no le importaba». Añadió que éste es un proceso que impulsa y lidera «la sociedad civil», la gente y que eso tiene toda la fuerza del mundo. Ahí está la clave. La delicada clave.

Si vives en Cataluña y tienes dos dedos de frente, no puedes hacer otra cosa que respetar y seguir muy atento cómo evoluciona esa fuerza gigantesca de la sociedad civil. Y puedes no manifestarte sobre el tema, faltaría más. Yo lo llamo «silencio respetuoso». Una actitud que tiene como objetivo no perjudicar la legitimidad de los que se manifiestan pero, además, una observación atenta y exigente de los acontecimientos para que no sean pervertidos. Los políticos catalanes están acosados y empujados por la fuerza de la sociedad. Todo ha cambiado. Algunos dicen tonterías, otros pretenden que Madrid no se enfade, los hay que intentan inyectar calma, pero todos, todos miran constantemente de reojo a «la gente».

La independencia ha entrado como un vendaval en sus agendas e idearios. Hay mucha gente que no participará en la cadena humana pero no por eso dejan de estar pendientes, muy pendientes e interesados en el proceso. Quieren lo mejor para Cataluña, para sus vidas y sus familias, desean que el debate identitario no perjudique el todavía más urgente debate social y sus soluciones. ¿Cómo demonios salimos de la crisis? ¿Y si lo hacemos fuera del Estado español, nos va a perjudicar todavía más? Son igualmente legítimas y respetuosas estas dudas. No creo que sea bueno que se establezca una superioridad moral entre los que se manifiestan abiertamente y los que no. Otra de las claves para el futuro será ampliar el debate sin complejos ni clasificaciones. Desacralizarlo, abrirlo a todos los ciudadanos y nutrirlo de información real (sin simulaciones interesadas) que nos proyecte a cinco, diez años vista. Si todo esto se hace bien, las proporciones del tsunami independentista de Cataluña son imprevisibles. Cataluña será lo que quiera ser, tarde lo que tarde y le pese a quien le pese. No será lo que «le dejen» ser. Las voluntades, históricamente, siempre han vencido a las posibilidades.

«El Berenjenal» en Interviú.

Desmontando tópicos

Jueves, 2 de mayo de 2013

Hoy: desmontar un tópico. Lugar: Madrid.

Se me acerca un joven con actitud muy amable. «¿Me puedo hacer una foto contigo?». Después de mi bromisa de rigor («Hombre claro, me hace mucha ilusión»), el muchacho me dice que si quiero puedo hablarle en catalán. «¿Cómo?». «Sí, y eso que soy de Madrid. Estoy estudiando catalán». Se llama José Angel y, según me cuenta, vio un anuncio en el 20 Minutos, se informó y está estudiando. Su profesora se llama Sandra y paga cuarenta euros al año. Eso me dijo. Nos hicimos la foto. Yo le pedí otra. «Adéu». «Adéu». Esa noche jugaba el Barça contra el Bayern, pero eso es otra historia.

José Ángel

Las banderas siguen colgadas

Miércoles, 9 de enero de 2013

En Catalunya, muchas banderas siguen colgadas. Antes, la población enseñaba su lengua de trapo identitaria en los balcones de las casas, que son como las caras de los edificios. Se colgaba la senyera antes del 11 de septiembre y luego se quitaba y se guardaba hasta el próximo año. Ahora no se quita y ahí hay un mensaje claro. No importa si no lo quieres ver o te molesta o lo que sea. Está ahí y nadie puede prohibirlo. La bandera que aguanta día y noche, llueva o haga sol, está diciendo que, en épocas de naufragio, la gente se agarra a sus sentimientos más profundos. Son un desafío, un llamamiento al entendimiento, a nuevas cotas de futuro y de autogestión. Luego están los políticos para complicarlo y envenenarlo todo pero pueden estar seguros de que los que viven en este piso lo tienen muy claro. ¿Qué vamos a hacer?

«Fotodiario» en El Periódico

Banderas colgadas

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