Cuando el éxito sonríe a alguien que se lo merece, se produce una especie de justicia, un bienestar, un equilibrio sano y reconfortante. Llámalo «éxito» o «consagración» o algún otro sinónimo que no haya manoseado y desnaturalizado esta sociedad nuestra tan competitiva, a menudo hasta la náusea. «Éxito» pero de verdad, vamos. Bueno, pues creo que eso es lo que ha sucedido con El Celler de Can Roca, nombrado recientemente el mejor restaurante del mundo.
Si alguien se lo merece, son los hermanos Roca. Un tridente perfecto. Todos los que les conocemos estamos contentos, y esto no pasa muy a menudo. Mucho menos aquí, donde la envidia, la tiña, el resquemor son signos de identidad aunque nos cueste reconocerlo. Con los Roca, no. Todo el mundo quiere a los hermanos. Por su generosidad, por su perseverancia, por esa pasión e innovación nunca impostada. Por su fidelidad a los orígenes (el cariño y agradecimiento hacia su madre es algo digno de enmarcar). Ahora me acuerdo de la noche que entrevisté a Iniesta. Luego, al acabar, le dije: «Es cojonudo que todo esto te pase a ti, a gente como tú». Es lo mismo que les diré a los Roca cuando los vea.
«El Berenjenal» en Interviú.