Se lo dije nada más verlo: «no sabe lo importante que es para nosotros, para todos, que haya aceptado venir». Y luego me vine a arriba: «usted es como el Papa de la televisión. Su presencia aquí nos bendice». No sé de dónde saque el símil religioso. Serían los nervios, seguro. Porque estábamos nerviosos y emocionados. Era una tarde-noche muy especial. Nuestro equipo de producción consiguió lo que parecía imposible: que Chicho Ibáñez volviera a la tele un rato.
Llegó una hora antes y aceptó esconderse para sorprender a J. Bayona. El director venía a presentar «Un monstruo viene a verme» y no tenía la menor idea de que él mismo iba a «gozar» de esa experiencia a través del propio titulo de la peli. De repente, Bayona se convirtió en niño y el monstruo —sabio, enorme— era Chicho.
Cuando entró en el plató todo cambió y eso solo lo consiguen las leyendas. Nuestra emoción, la sensación de que aquello era único, era el reflejo emocional de toda una generación (o varias) que quería agradecer a Chicho su inmenso legado. Y así lo hicimos. Nos adaptamos a su tempo, congelamos las prisas, abrimos las orejas y gozamos de su presencia. A pesar de sus limitaciones, Chicho conserva la ironía, la rabia y las ganas. Confesó que le quedan muchas cosas por hacer y que gozó de su época a pesar de la responsabilidad de reinventarse cada semana.
Todos somos hijos de Chicho. Los del cine de misterio y los de la tele. Espero que pudiéramos comunicarle eso, que se sintiera a gusto. Me confesó su hijo, mediador y conseguidor de la visita, que se quedó con ganas. Pues oye, a por otra. Un especial si hace falta. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para conseguir que la «bendición» no cese. Fue una de las noches más bonitas que he vivido en televisión.