Ignatius, otra vez
Lunes, 26 de junio de 2017
Hay gente que comunica y gente que no
Viernes, 29 de mayo de 2015
Sí, parece una perogrullada, pero es así. Me invitan a dar una charla sobre comunicación en una escuela de negocios en Zaragoza y ya, de paso, ordeno un poco mis pensamientos sobre el tema, que buena falta les hace. En casa del herrero… Esto debe de sucederles a muchos profesionales. Te pasas media vida con lo tuyo tirando de experiencia y de intuición, pero tienes la sensación de que lo haces sin método. Entonces, cuando te preguntan: «¿Cómo lo haces?», te entra un sudor frío. Bueno, pues al lío: COMUNICACIÓN. Así, en mayúsculas. Un concepto grande, que impone e intimida. «Demasiado genérico», les digo. Porque, si lo piensas, lo de comunicar es como andar, como comer, como hacer el amor. Un infinitivo cargadísimo de variables, de estilos, de significados. ¿Comunicar con tu pareja o con un trabajador de tu empresa? ¿En qué circunstancias? ¿Comunicar con tus espectadores o con tus votantes? Con unos está en juego un buen rato, con otros su porvenir. ¡No me digan que no es genérico!
Hablé mucho en esa charla de Zaragoza (yo creo que demasiado), pero se trataba de eso. Les explico de dónde vengo, cómo me atrapó este oficio con 17 años, de qué manera me he metido en sus entrañas, disfrutándolo y aprendiendo cada día, cada noche. Y no es un tópico. Cada noche, cada programa, desde hace veinte años, percibo que he avanzado en algo por poco que sea o, por el contrario, que me he equivocado, que podría haber mejorado esto o aquello. El aprendizaje es infinito y ahí está su grandeza. Hay que estar atentos para que no se convierta en infelicidad, que sería el lado oscuro de los insatisfechos. Aprender es mágico, te mantiene joven. Ser infeliz te envejece. ¡Ojo ahí! Porque siempre, siempre, el camino de la mejoría debe estar marcado por el disfrute, por el juego. Si no, es que no lo has entendido.
Llegamos a la conclusión (espero) de que hay algo que debería ser común en todas las disciplinas de la comunicación, por variadas que sean: la honestidad. Y eso vale para todo en la vida. Honestidad y sencillez en el mensaje, en las formas, en el fondo. Con unos toques de humildad. Pero humildad de verdad, de la que no se finge sino que sencillamente es una expresión de nuestra manera de ser. Estos son tiempos en los que la impostura, lo falso, lo interesado, se detecta a varios kilómetros de distancia. «La gente no es tonta», les decía a aquellos directivos de empresas. «Estamos ante la generación más formada de la historia y con el acceso a la tecnología más avanzada que jamás haya existido. Todo a un clic de distancia. No hay que olvidar nunca esto». Puse algunos ejemplos de campañas publicitarias que parecen estar pensadas para tontos.
Creo que hay encarar lo de comunicar con normalidad, explicando tus flaquezas si es el caso, empatizando con el que tienes delante, siendo lo más transparente posible y enfatizando lo que de verdad te crees y quieres contar. Y siempre poniéndole pasión, emoción, ganas, humor… Si no estás bien, quédate en tu casa, no delante de un público. Si todo eso goza de una cierta armonía, de un ritmo, si se convierte en una narración interesante y no en un rollo patatero, ya tienes algo ganado. Pero no todo. Luego está la magia, el corazón de la comunicación. El duende, el alma…, bueno, ya me entienden. Algo inconcreto que provoca más atención, que seduce, que engancha. ¿Cómo se consigue? No lo sé. Pienso que en parte es algo genético. Lo tienes o no lo tienes. Puedes trabajarlo, debes hacerlo, pero siempre desde un don, dicho sea sin poesía.
Puse un ejemplo reciente de alguien que va sobrado de esa magia. Se llama Michael Robinson. Vino hace días al programa y volvimos a confirmarlo. Lo presenté como «alguien que cuando habla, te lo escuchas». Otras manera de definir la buena comunicación. Sí, le escuchas. Cómo lo dice, cómo sonríe, cómo subraya. No importa que haya hecho de su acento inglés una marca personal. Eso es anecdótico. Por mucho acento, si lo que dijera y como lo hace no interesara, sería uno más. Y Robinson no es uno más. Cabe recordar que este señor habla desde el trillado y previsible mundo del fútbol, donde los tópicos a mansalva son un verdadero campo de minas que destruyen la originalidad. Pero ni por esas. Michael los esquiva, los salva, te gana. Un tipo con el que te gustaría ir al fútbol y tomar una caña mientras te ríes y aprendes al mismo tiempo. Un buen comunicador.
«Memorias en diferido» en Interviú
Pendientes del móvil
Martes, 5 de marzo de 2013
Ya no sabemos vivir sin el teléfono móvil. Este artilugio con nuestro presente. Para lo bueno y para lo malo. Últimamente para lo regular, tirando a malo. Parecería que las buenas noticias están en vías de extinción. Se han ido o están escondidas, en vista del panorama. Consultamos casi compulsivamente nuestro teléfono esperando… «Ahora me van a llamar o me van a mandar un mensaje comunicándome que todo está arreglado. Podremos volver a celebrar sin remordimientos, a sonreír sin rubor, a soñar sin límites». Piensas cosas así, pero lo que te llega es una alerta (el nombre ya inquieta) diciéndote que un ministro la ha vuelto a liar o que la deuda crece, la economía se contrae… Todo muy agradable. Al final, cuando se acaba la batería, se siente un pequeño alivio. Mañana será otro día.
«Fotodiario» en El Periódico