Lo de mi perro y las pelotas de tenis, es una obsesión, una fijación, yo diría que es lo que da sentido a su vida.
Él puede estar haciendo cualquier cosa, pero cuando le enseñas su pelota chupada y mordida, se pone en guardia, en alerta y no le quita los ojos de encima. Está esperando que se la tires. Cuando lo haces, salta como un tigre, la atrapa, te la devuelve y vuelta a empezar.
Así puede estar dos o tres horas. El juego, en sí mismo, no tiene la menor gracia, pero solo de ver como disfruta, te cogen ganas de hacer lo mismo. Bueno, un día lo imité. Lancé la pelota, me arrastré por el piso, la cogí con la boca y me la entregué. Claro, no es lo mismo.