Vale para todo. Regresar es mejor que perderte. Irse es un final, volver (al lugar donde lo pasas bien) es jugar sobre seguro. Pienso todo eso esta semana, la de nuestro regreso a las profundidades abisales de la madrugada. ¡No importa el horario! «Lo bueno va tarde», le dije a una seguidora que me pidió avanzar la emisión. «Lo bueno va tarde» es como una frase que ya ha dicho otro. Se lo preguntaré a Juan Cruz, que seguro que lo sabe. Más vale tarde que nunca (esta sí). Volver significa volver a maquillarse, volver a perseguir la risa y compartirla con esos benditos insomnes que nos animan desde el anonimato activo. Porque, aunque no sepa cómo explicarlo, los que actuamos sabemos de alguna manera que hay gente al otro lado. Por eso lo hacemos, claro. Gente igual o más loca que nosotros. Yo los llamo «como de la familia». Esta temporada, además, cumpliré diez años transitando por el late show patrio. Diez años paseando en pijama por la cornisa de la programación, con alguna caída pero no al vacío. Seguimos vivos, seguimos con ganas de cachondeo y esa es la mejor noticia. «Ya dormiré cuando me muera», solía decir un amigo.
Dustin Hoffman es un insatisfecho
Bienvenido al club. Descubro con admiración que el gran actor se considera un insatisfecho crónico. Lo explicó en el Festival de Toronto, donde presentaba película, y no tuvo reparos para decir lo que piensa. Que no le gusta el Hollywood actual, por ejemplo, y hasta pidió trabajo en las series de televisión, donde parece que se ha atrincherado últimamente el talento. Hoffman dejó a un lado la impostura -¡bien!- reconoció que por si él fuera haría doscientas tomas de la escena. Un apasionado, un artesano de la vieja época que al no tener físico para hacer de superhéroe ve como escasea el trabajo. Alucino. ¿Y si le damos un papel de Superlópez en España?
Improvisar es una droga
De momento, legal. Todo se andará. Improvisar es lo mejor, es adictivo, sorprendente, estimulante y cada vez menos frecuente en el mundo de la comunicación. El mundo se ha puesto muy previsible, muy controlador, muy tontorrón. Por eso disfruté como un niño viendo al genial Alejandro Dolina en la sala Galileo Galilei, donde recaló con su show radiofónico «La venganza será terrible». Treinta años lleva el genio de Dolina columpiándose con la palabra, con la risa, con las historias, con la música. Siempre sin red. El programa dura dos horas y cuando acaba quieres más y más. Ahí está el secreto de su longevidad. Le he invitado a mi programa. Quiero que lo conozca más gente. Lo bueno debe compartirse, difundirse, gozarse. Fuimos a cenar, amparados por Luis Piedrahita, y le dije que lo que más me gustaba era que no tenía prisa. Trabaja el humor con calma, escrito en redondilla… Parece una tontería pero ahora todo el mundo tiene prisa en la radio y en la tele. Se ha confundido el ritmo con la velocidad (como el tocino) un poco vacía. «¡Que pasen cosas!», suelen pedir los programadores. Lo que sea. ¡Cosas! Y muy rápido. A veces pienso que un buen programa sería poner una cámara en el puente de un autopista enfocando a los carriles y en una hora punta. Pasan muchos coches y bastante deprisa. Se podrían hacer entrevistas de un segundo (justo el momento en el que pasan por debajo del puente). ¿Se imaginan la cantidad de entrevistas que cabrían? Una locura. Lo voy a proponer. Se llamará COSAS, así en general. ¿Querían ritmo? Se van a enterar.
Nota: se podría rodar en Cataluña, donde vamos sobrados de autopistas. Cuando los coches pasaran por los peajes (de los que también vamos sobrados) pondríamos publicidad.
«El Berenjenal» en Interviú.