Un hombre de mediana edad me preguntó hace unos días en Sevilla: «¿Puedo regalarle un poema?». «Hombre, pues claro». Nadie puede negarse. El hombre siguió caminando a mi lado, mientras arrancaba de su libreta estas estrofas. Se llama «Ignorancia» y es una declaración de principios. No pidió nada a cambio. Me dio el poema, sonrió y desapareció por la Alameda de Hércules.
Luego, comiendo una pizza, le dije al camarero: «Perdona, pero te pareces a Gustavo Adolfo Becquer». «Sí, sí. No eres el primero que me lo dice». Ya de vuelta, en el avión, escribí : «Las sorpresas son los atajos del destino». La poesía, la ignorancia y las sorpresas, se entrelazaban en el aire, entre las nubes, a miles de metros de altura. Me pareció ver a José Agustín Goytisolo sentado en la clase turista. Volví a mirar y ya no estaba.