Mi móvil y yo

Martes, 28 de enero de 2014

Si Juan Ramón Jiménez viviera en la época actual, quizás hubiera cambiado su clásico «Platero y yo», para pasar a llamarlo «Mi móvil y yo». No estoy seguro, por cierto, de quién sería el burro pero me temo que los humanos del siglo veintiuno tendríamos todos los números. Me refiero a que nuestro comportamiento con el teléfono en las manos, constantemente, nos ha convertido en dependientes del aparatito, en borregos tecnológicos. O bien lo usamos y consultamos todo el rato o nos tocamos el bolsillo para confirmar que lo llevamos encima. Un tic en toda regla.

Un estudio reciente asegura que los españoles consultamos el terminal una media de ciento cincuenta veces al día. Pocas me parecen. Conozco a gente que multiplica por dos la cifra, solo hay que fijarse en ellos un rato y sacar tus propias conclusiones. Yo mismo creo que soy de ese grupo y ya es el momento de salir de la carcasa. Sí, soy adicto a eso. ¿Ustedes no? Cuantas más funciones le van adjudicando al aparatito, más dependiente me vuelvo. Nos tienen acorralados y lo saben. Tengo una relación de amor/odio con él. Lo peor fue que le pusieran una cámara de fotos. Para un servidor, literalmente enganchado a la captura continua de imágenes, ha sido magnífico y terrible a la vez. Veo fotos todo el rato y… ¡las puedo hacer e incluso retocar y ya no te digo lo de compartir! Un desgraciado, vamos. Recuerdo que primero me afeaban la conducta, me llamaban la atención, pero más tarde todo el mundo se comportaba igual y la excepción pasó a ser norma.
¿Dónde iremos a parar? Solo Apple y Samsung lo saben. Y los chinos, que, según dicen, van a sacar teléfonos como churros. Más completos y más baratos. Llegará un momento en que no nos miraremos a la cara y a la pregunta de «¿cómo estás?» (una pregunta en desuso por cierto), contestaremos: «espera un momento, que lo miro en el móvil». Tendremos una aplicación de esas gratuitas pero que luego tienes que pagar por todo, que nos dirán cómo estamos exactamente basándose en toda la información de la que dispone: qué paginas hemos visitado, quién nos ha llamado y para qué, qué mensajes hemos intercambiado, de qué tono eran y más, mucho más. Da un poco de miedo, ¿no? Tanto como el mayordomo Siri, con el que mucha gente ya tiene estrecha relación. Tan efectiva como inquietante. El otro día vino un mago fantástico al programa e hizo un truco con la ayuda del propio Siri. No te digo más.

Ahora la gente ya no queda como antes para cenar. Ahora la gente asiste en persona pero con la compañía de su terminal, que debe colocarse encima de la mesa, como los cowboys hacían con sus revólveres. Hay que ir armado. De esta manera, cuando el amigo se excusa para ir al baño, tú aprovechas para consultar Twitter, Instagram, Facebook o algún tema que ha quedado pendiente. ¿Para qué sirve el foro de Davos?, por ejemplo. Regresa tu amigo y te sientes más tranquilo. No se puede fumar en los locales, vale, pero su puede uno infoxicar el cerebro con datos y datos y datos e imágenes de todo tipo. Yo creo que el propio cerebro pensará: «Sí, sí, tú dame toneladas de datos, que yo no me voy a acordar de nada luego». Una especie de fast food de información, chuches pixeladas sin proteína, ni alimento ninguno. Mirar por mirar.

No hay vuelta atrás. En el cumpleaños de Michelle Obama prohibieron los teléfonos en la Casa Blanca. No lo hicieron por cuestiones de seguridad. Yo creo que lo hicieron para que la gente hablara entre sí y evitar la imagen de un Obama solo en un sillón jugando al Tetris.

«El Berenjenal» en Interviú.

Bananity

Domingo, 10 de noviembre de 2013

Ahí seguimos. Ya hemos presentado la última versión de Bananity, la red social en la que sigues tus pasiones, lo que te interesa. Estuvimos en Madrid con motivo de la presentación y comprobé, otra vez, el alto nivel de profesionalidad e ilusión de todos los integrantes de Bananity. Me llaman «padrino», pero en realidad soy un aprendiz. Me enseñan a seguir luchando en lo que crees.
¿Y tú? ¿Conoces Bananity?

Bananity

Más ocupados que conectados

Miércoles, 23 de octubre de 2013

Hay gente que cuando habla no dice ninguna tontería, así que resulta muy recomendable escucharla atentamente. Luego hay otro tipo de gente que habla mucho pero no dice nada mínimamente coherente. Lo mejor es olvidarla lo más rápidamente posible. A veces resulta un poco difícil porque ocupan cargos relevantes y sus declaraciones se reproducen, se analizan, nos machacan con ellas como el martillo al yunque. Así que paciencia. ¡Qué le vamos a hacer!

Hoy me voy a centrar en el primer grupo, al que llamaremos provisionalmente los interesantes. Tom Hanks es uno de ellos. Uno de los mejores actores de la historia pero, sin embargo, muy bien amueblado. Como George Clooney. Sí, sí. Clooney. A los tíos nos da un poco de rabia, pero es pura envidia. Hay que reconocerlo. Buceen un poco en sus entrevistas, lean entre líneas o sencillamente lean con calma. Debajo del referente o el icono hay un tipo con sus contradicciones, sus miedos, sus preocupaciones y un compromiso con el oficio que muchos quisieran. Un hombre que arriesga cuando hay que hacerlo y que navega con elegancia por la cima de las celebridades. Se separa cada dos años, vale, pero cada uno se sabe lo suyo.

Hace poco descubrí a otro. Se llama Terry Gilliam y es uno de los fundadores de la locura más memorable del mundo del espectáculo, llamada Monty Python. Ya venía siguiéndolo, ya… Tiene una filmografía digna de estudio, en la que destacan la inclasificable «Brazil» (sale mi venerado De Niro) y, sobre todo, la quijotesca -nunca mejor dicho- película sobre el noble hidalgo más famoso de la literatura. Una peli que nunca ha podido terminar, perseguido por una especie de maldición y de la que surgió un documental alucinante. Bueno, pues Gilliam ha pasado por el Festival de Sitges y ha hablado un poco de todo. Pero lo que más me llamó la atención era un tema en el que también venía pensando hace tiempo: las redes sociales o cómo «estar conectado» nos está aislado. La gran contradicción digital. Gilliam se despachó a gusto y, con su mirada de diablo viejo, llamó a la desobediencia y el desenganche del 2.0. Definió una sociedad que «cree estar conectada y muy informada de todo, pero en realidad solo está OCUPADA». Se mofó de los que solo hacen cosas para documentarlas y decir que las han hecho. Normalmente son viajes, gatitos, niños y platos de comida. ¡Qué obsesión con retratar lo que comemos!

Me pareció entender que Gilliam nos animaba a pensar más por nosotros mismos, desconectados, sin referencias externas. Hay que informarse, sí, pero luego hay que parar un minuto -¡uno!- y tratar de elaborar una tesis personal. En lugar de eso, nos dejamos llevar por las corrientes de opinión, los trending topics y el borreguismo, que, aun siendo digital, sigue siendo borreguismo. No sé cómo hay que hacerlo, pero estaría bien recuperar un cierto individualismo de verdad. Desconectar tu terminal y no pensar que la vida te deja en la cuneta. Más bien es al revés. Volver a estar ilocalizables, en lugar de compartir veinte grupos de Whatsapp y retransmitir nuestra intimidad. Nos quejamos de una sociedad que cada día nos vigila más y peor, pero quizá hayamos convertido la tecnología en una cadena (de apariencia agradable y moderna) que nos tiene controlados a cada instante. Y nosotros lo permitimos. Damos nuestra localización y adjuntamos foto. ¿Dónde vamos a llegar? No lo sé, pero todo el mundo lo sabrá.

«El Berenjenal» en Interviú.

¿Qué pasa?

Viernes, 19 de abril de 2013

Un periodista extranjero informa desde el exterior del congreso de los Diputados en Madrid. Acerqué mi oído a ver si me enteraba de lo qué pasaba, pero nada. Hablaba un idioma muy extraño. Le ponía enfasis, eso sí.

El congreso está blindado por todas partes. Decenas de policías día y noche y unas sospechosas obras que van para largo lo alejan de la gente. No hay quien proteste delante de la cámara porque, según dicen, no quiere darse esa imagen al extranjero. Una medida profiláctica absurda ya que nos tienen calados, controlados y acojonados. Y hoy en día ,además, no hay quien ponga puertas al «campo» de las redes sociales. (¿Qué estaría contando el periodista?)

¿Qué pasa?

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