Es un jueves, quizás son las diez de la noche. Llevamos cuatro o cinco horas de ensayos y estamos intentando que todo vaya bien, que todo encaje, que todo tenga un sentido. De repente, nos «ataca» la risa. Ese maravilloso monstruo sin forma conocida que llega sin avisar. Un monstruo que se alimenta de surrealismo y que encuentra en el cansancio su mayor aliado. Y nos supera, nos bloquea, nos derrota…
Brotan algunas lágrimas blancas, todo se detiene, el equipo piensa «ya se les pasará». Y así sucede. La risa, además, ha desactivado los nervios, ha neutralizado la tensión y nos ha relajado. Si esto no es un milagro que baje Dios y lo vea. Bueno, no hace falta que baje Dios… a ver si nos cogerá otro ataque.
Fotos de Eva Merseguer